EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
Con una larga trayectoria en revistas y diarios, no estoy muy tranquilo desde que me enteré de que el prestigioso The Washington Post fue comprado por Jeff Bezos, fundador y máximo directivo de Amazon, aunque todavía no hay consenso sobre sus consecuencias, que parecen depender del cristal con que se los mire.
Para unos, la absorción de TWP es un intento de “rescate de una industria en declive”; para otros, en cambio, es la incierta apertura de una nueva etapa, de la que dependerá su supervivencia.
No falta quien opine que un genio (término que ahora suele estar desprendido de cualquier consideración ética), como Bezos, que pese a su apellido no llegó a esa altura por la fuerza del cariño, “puede tener éxito porque es innovador y tiene dinero y paciencia”. La paciencia le ha sobrado a los diarios para subsistir hasta ahora; el dinero, en cambio, es uno de sus más graves problemas. Los ingresos del Post han venido cayendo en picada, por cierto, tanto en el terreno de la publicidad como en el de la venta de ejemplares.
Bezos, de 49 años, es hoy uno de los 30 hombres más ricos de los Estados Unidos, quizá del mundo. Invirtió en la compra del diario apenas el 1% de su capital. Un porcentual que imagino aproximado al que cualquiera de los nuevos millonarios rusos destina a divertirse los fines de semana mediante la compra de un club de fútbol de la liga europea. Viendo la operación retrospectivamente, hasta el precio pagado, 250 millones de dólares, me parece una significativa bicoca, porque el pasado del Post es invaluable; pocos medios pueden jactarse de haber volteado a un presidente, Richard Nixon, quien renunció a causa de las revelaciones del diario de Ben Bradley acerca del sonado caso Watergate.
Me admira el empeño que pone la prensa escrita, especialmente la de nuestro país, en negarse a perder las esperanzas. En una de sus últimas ediciones, La Nación preguntó, en un texto firmado por el colega José Crettaz, si la Argentina no será el último país en despedir a la prensa escrita. Cita a la investigadora especializada Future Exploration Network, según la cual la especie recién desaparecería en 2040, mientras que en los Estados Unidos lo haría en 2017. Pero resulta un alivio mayor saber que algunas profecías ya probaron ser erróneas. En la patria del Post, por el contrario están apareciendo más nuevos diarios de los que se rinden.
Eso sí, son diferentes a los que reemplazan. Los nuevos buscan otros resquicios para atraer al público. Un especialista dijo hace poco que los diarios deberían prestar menos atención a las noticias, en la que siempre son superados por la radio, la televisión y, últimamente, por las redes sociales, y esmerarse más en la investigación y la interpretación de los hechos que sus rivales no son capaces de brindar.
Por mi parte, no ceso de comprobar caseramente una tendencia sobre la que ya informé en este mismo espacio hace unos meses: el problema no radica en que la gente no lee, sino que no compra diarios. En la cafetería a la que suelo concurrir, muchos clientes buscan un diario, de los que pocos que hay disponibles gratuitamente en el lugar, antes de ordenar lo que van a tomar o comer. No es un dato menor, porque esta conducta, infiero, debe aumentar el readership de los periódicos, que al menos exigiría una revisión. También en el mundo de los diarios haría falta que alguien pronuncie la frase que hizo tanta carrera en la política, en especial en las campañas electorales: “¡Es la economía, estúpido!”.
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