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sábado, 21 de julio de 2012


MEDIOS Y COMUNICACION

Representaciones y violencia

Lucrecia Gringauz y Sebastián Settanni reflexionan sobre aquellas representaciones televisivas que encadenan semánticamente con llamativa facilidad a los migrantes con el delito o con el exotismo pintoresco y que tienen luego consecuencias materiales en la construcción de fronteras sociales y en la vida de las personas.

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Por Lucrecia Gringauz y Sebastián Settanni

Por definición toda representación supone un esfuerzo de síntesis, de captura, el intento de estabilización de un sentido en torno de aquello sobre lo cual la representación se ofrece como si fuera un fiel reflejo.

Por supuesto, lo del reflejo no es más que una ilusión, un efecto de realidad, necesario pero a la vez engañoso. Engañoso porque oculta una operación que no se manifiesta (la de selección y recorte), y oculta también los sentidos que esa operación desplaza y descarta. Disimula la existencia de un saber y un poder que ordenan, disciplinan y construyen la realidad, y esconde un gesto de violencia, que es doble cuando lo que se representa se encuentra en un lugar subalterno y desigual; sin voz propia, acaso sin capacidad para la autorrepresentación.

Las representaciones interactúan entre sí, producen sedimentaciones, construyen cadenas de significación, visiones de mundo, narrativas sociales, regímenes de visibilidad y decibilidad. Construyen “sentido común”, que no es “común” en relación con algún pretendido carácter universal y atemporal, ni es estrictamente “común” en tanto que simple y ordinario. Pero que sí es “común”, siguiendo a la Real Academia Española, en su acepción de “corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte”. Esa es su más notable fortaleza: el “sentido común” alude a esos significados que circulan entre nosotros como si fluyeran libres y espontáneos, casi ajenos a la voluntad humana. Ese es el efecto por excelencia de las representaciones que, inevitablemente, nos cruzan, nos atraviesan, pueblan nuestra vida cotidiana, le dan forma y sentido. Su costado débil es su carácter perenne, su inestabilidad constitutiva.

Lo dicho hasta aquí, también les cabe a las representaciones que, día a día, los medios de comunicación ponen a circular, y que muchas veces manifiestan esa doble violencia de modo subrepticio y, al mismo tiempo, brutal. A todo eso refería la clase que dábamos a los alumnos de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Nuestro habitual encuentro de los martes se estructuraba en torno de un texto de Mauro Vázquez, que analiza el modo en que algunos programas televisivos con aspiraciones periodísticas, fueron consolidando en los últimos años, representaciones que anudan culturas y territorios con otredades regionales y étnicas. Puntualmente: el trabajo del investigador señala la paulatina articulación en los documentales televisivos de unas fronteras (geográficas, pero también culturales, sociales, económicas) que delimitan e identifican sectores que amenazan una presunta armonía inherente a nuestra sociedad.

No se trata ya de la invasión silenciosa de los años ‘90; en todo caso es como si esa invasión se hubiera acomodado sola, y hasta hipervisibilizado, pero confinando a esos “extranjeros” tras las fronteras señaladas, y contribuyendo a la delimitación de un territorio ajeno, alterno, radicalmente distinto. Un espacio que aparentemente sería inextricable, de no ser por la acción de una serie de valientes conductores periodísticos, capaces incluso de calzarse un chaleco antibalas para mostrarnos y traducirnos esa alteridad radical en el marco de nuestras representaciones habituales, del “sentido común”.

Ese martes, casi como si la “realidad” quisiera reafirmar la hipótesis planteada por Vázquez, el colectivo editorial La Garganta Poderosa, nos ofrecía su testimonio, en primera persona y desde la mismísima subalternidad. Vía Facebook, conocimos el testimonio de los integrantes de La Garganta que describían con crudeza la relación entre las representaciones articuladas y emitidas por el programa Documentos América sobre el barrio Zavaleta y algunos eventos bien tangibles ocurridos allí. A partir de la salida al aire de aquel programa en el que el conductor Facundo Pastor se atrevió a “cruzar las fronteras” para internarse en el “peligroso territorio” del barrio Zavaleta, una vecina perdió su empleo, el Sistema de Atención Médica de la Ciudad (SAME) se negó a ingresar al barrio, las líneas de colectivos cancelaron sus servicios nocturnos en la zona, una niña murió atropellada por un auto que –probablemente temeroso– pasó a gran velocidad por ahí.

Nada nuevo bajo el sol: narrativas sociales y visiones del mundo (dominantes) tramando ese “sentido común” respecto de los sectores subalternos, de los otros, también en estas representaciones mediáticas. Más de la misma violencia, a veces tan subrepticia como brutal, pero siempre bien real.

* Docentes e investigadores, Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y del Instituto de Altos Estudios Sociales (Unsam).





MEDIOS Y COMUNICACION

La libertad del tomate

Marta Riskin sostiene que para que la cultura dominante no dé forma al imaginario nacional también a través de los medios es necesario promover el debate ciudadano y la educación política.

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Por Marta Riskin *

* Desde Rosario

“La libertad de los pueblos libres es aún despreciada por los siervos,
porque no la conocen.” Circular a los preceptores de las Escuelas Públicas
de Cuyo del Gobernador José de San Martín- 17 de octubre de 1815.

Entre el epígrafe anterior y frases como “la libertad está en que puedas comprar lo que se te cante... un tomate, un dólar o una silla” o “Nada tenemos que hacer en Paraguay”, median dos siglos. El cruce sólo subraya que el vaciamiento de significados es un fenómeno poco novedoso y la necesidad de batallas culturales para construir consenso, en los territorios de la conciencia.

Durante largos períodos, la cultura dominante formateó al imaginario nacional hasta la reducción de la libertad al mercado y la solidaridad al beneficio corporativo, y coherentes, ciertos sectores de la opinión pública continúan asociando seguridad con la dependencia a alguna corona y un límite razonable para la compra de moneda extranjera con corralitos.

Si el tomate los devuelve a los precios abusivos del 2002 o una simple silla a los mensajes inconscientes de las publicidades durante la dictadura para descalificar a la industria nacional; vale el registro de las dificultades que encuentran para establecer correlaciones y afinidades entre el pago de impuestos y los beneficios sociales o entre el Unasur y la Patria Grande sanmartiniana.

Por supuesto, no sólo se trata de inocencia generalizada. La defensa de la libertad del tomate, se formule de modo inconsciente o deliberado, jamás será inofensiva.

Los conflictos ideológicos son complejos. Todos los seres humanos, incluidos comunicadores “independientes” y “objetivos”, estamos espacialmente ubicados y emocionalmente involucrados. Por eso, resulta más sencillo interpretar el discurso ajeno que el propio e importa la torpeza y transparencia del emisor para la detección de intereses e intenciones.

Solía complicarse cuando intervenían especialistas en reminiscencias emotivas o manipuladores profesionales de reflejos condicionados pero, en los últimos tiempos, los expertos están tan ansiosos por seleccionar temas, palabras e imágenes para guiones desestabilizadores y a medida de sensibles audiencias, que adjudican directamente al adversario, sus propias furias y desequilibrios.

Las transferencias comunicacionales, ya fuese que sus responsables provoquen odios y fobias a conciencia, por ignorancia, o simple espanto a los cuestionamientos, sólo enriquecerían las investigaciones de psicología social si no sumergieran al público en climas de miedo y violencia.

En consecuencia, corresponde diferenciar entre quiénes planifican y ponen en marcha intrigas mediáticas y sus rehenes; víctimas que, atrapadas en el medio del miedo, reproducen irreflexivamente viejos códigos para beneficio de quienes los perjudicarán. Limitarse a desacreditarlos no los incorporará como ciudadanos libres al proyecto democrático. Por el contrario, urge multiplicar palabras que desarticulen a los argumentos mezquinos, abran debates, apelen y movilicen la inteligencia.

La libertad es un desafío colectivo. La tarea a profundizar es educativa y el compromiso, hondamente personal.

La conciencia es la clave. Vivimos tiempos de oportunidades extraordinarias. Los antiguos paradigmas están en crisis y se despliegan enormes abanicos de posibilidades. Amplias mayorías aprenden a decodificar acontecimientos, eluden automatismos y se incorporan a la política, con ansias liberadoras.

Aún queda mucha tarea pendiente. En el siglo XIX, la disociación entre intelectuales y clase media permitió el acercamiento ideológico de los primeros a los trabajadores. En la actualidad, los rígidos horizontes entre ambas categorías, sólo resultan funcionales a quienes pretenden exiliarse de su propia condición de clase en círculos áureos de la academia o a vanguardias de proletariados abstractos.

Para no ceder la clase media a los manipuladores es vital abandonar las viejas etiquetas, ahondar en las propias contradicciones, estudiar las presentes diferencias entre el poder económico y político de los trabajadores agremiados respecto del de pequeños y medianos emprendedores; atreverse a repensar categorías, modalidades y estrategias que renueven acercamientos y permitan caminos de integración con los proyectos nacionales.

Urge motivar a todos los ciudadanos a retomar debates y profundizar en la educación política. El objetivo es la felicidad, sin excluidos y está más cerca. En términos gastronómicos, ya estamos en condiciones de reemplazar la filosofía del tomate por la conciencia que “... los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca...”, como prometía San Martín a Tomás Guido, en 1846.

* Antropóloga UNR.


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