MEDIOS Y COMUNICACION
¿Qué pasó el 11 de septiembre?
Diego Ezequiel Litvinoff reflexiona sobre
los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de
2001, acerca del modo en que se manejó la información y las dudas posteriores,
para concluir que los poderosos se valen de los medios masivos para generar
miedo e indignación y encontrar la justificación para la guerra y el
avasallamiento de la intimidad.
Por Diego
Ezequiel Litvinoff *
Cada vez resulta más evidente que los hechos ocurridos el 11 de septiembre
de 2001 dieron inicio a profundas transformaciones en las formas de ejercicio
del poder. Los símbolos de la fuerza, el uso del cuerpo como potencia y su
vigilancia objetiva, comenzó desde entonces a ser reemplazado por el símbolo de
la vulnerabilidad, la subjetividad indignada y asustada y la utilización
política de la información íntima. Doce años después de esa fatídica fecha, sin
embargo, aún no se sabe exactamente qué ocurrió. La versión oficial, que ofrece
una visión simplista dejando de lado datos significativos, fue difundida a
través de los medios masivos de comunicación, que ocultaron sus
contradicciones. Nada dicen, por ejemplo, de lo que le sucedió a la Torre 7, un
rascacielos aledaño a las Torres Gemelas que, aunque pocos lo saben, también
cayó ese día sin haber sido impactado por aviones.
Pero la estrategia más
eficaz para invisibilizar los cuestionamientos consistió en catalogar de
conspirativa a cualquier explicación que no se ajustara a lo que se difundía
por los medios. Si es cierto que todas esas versiones, postuladas por
familiares de víctimas, científicos –como Steven Jones o Judy Wood– y
ciudadanos críticos, comparten su cuestionamiento a los informes oficiales, no
existe sin embargo una mirada homogénea. A su vez, como muchos de ellos ironizan,
entre todas las explicaciones que se dieron sobre lo ocurrido ese día, la más
conspirativa es precisamente la oficial: diecinueve fanáticos dirigidos desde
una cueva en Afganistán violan la seguridad del Estado más poderoso de la
historia y alcanzan casi todos sus objetivos, entre ellos el Pentágono, el
edificio mejor custodiado del mundo, guiados por un odio hacia la cultura
occidental.
Excluidas del discurso
mediático dominante y estigmatizadas como conspirativas, estas versiones
encontraron en los medios alternativos, como documentales y videos difundidos
por la web, los canales para expresar sus ideas. En 9/11 Press for Truth
aparecen los cuestionamientos que hacen las llamadas “viudas de Jersey”, que se
preguntan si se sabía con antelación que se estaban planeando los atentados. Lo
justifican indicando la rapidez con la que apareció el nombre de Bin Laden ese
día y la revelación de que se habían hecho advertencias. Otras versiones, como
las que aparecen en 9/11 Mysteries y Painful deceptions, sostienen que no se
trató de complacencia, sino que los sucesos de ese día fueron orquestados,
directamente, por sectores del Estado norteamericano. No sólo denuncian la
completa
inoperancia de los
aviones de defensa, en una extraña jornada de numerosos ejercicios de
simulación bélica. Remitiéndose al relato de los testigos, los principios de la
física y las imágenes de la caída de las Torres Gemelas y la Torre 7, postulan
además que sólo pudieron haber sido derribadas por medio de explosivos. El
extraño agujero que apareció en Shanksville, sin rastros evidentes del avión
que los pasajeros habrían estrellado para evitar más víctimas, puede verse en
11 Settembre 2001 Inganno Globale. En Loose Change se revelan documentos
históricos que planean autoatentados y un escrito particular en el que miembros
de los sectores conservadores presentaban un programa de defensa, arguyendo
que, para que los cambios sean radicales, debía producirse un nuevo Pearl
Harbor. En September clues y 911 The great american psi opera se muestra cómo
se manipularon las imágenes televisivas de ese día por medio del montaje, la
pantalla en negro, el color y el sonido. Estos documentales llegan a afirmar
que no pudieron haber sido aviones los que se estrellaron contra las Torres
Gemelas, porque al ser éstos de un material blando no las penetrarían, y que se
utilizaron animaciones, creadas por programas de computación, para ocultar
misiles o simplemente bombas. Entre otras evidencias, ofrecen el diálogo, en el
lugar de los hechos, entre un reportero de Fox News y un testigo presencial,
que interrumpe su exposición diciendo que no hubo avión, sino que el edificio
explotó, a lo que el reportero responde: “Lo vimos en televisión”.
Más allá de adherir o no
a alguna de estas hipótesis, lo que ellas dejan claro es que los sectores
dominantes no se preocuparon por encontrar la verdad. Mostrándose vulnerables,
los poderosos se valen de los medios masivos como su principal instrumento,
generando miedo e indignación y encontrando allí la justificación para la guerra
y el avasallamiento de la intimidad. Resistir a ese poder exige muchas y
complejas tareas, pero siendo ese día un momento clave para su consolidación,
una de ellas parece simple. Consiste, solamente, en realizar(se) una pregunta:
¿Qué pasó el 11 de septiembre de 2001?
* Sociólogo (UBA).
MEDIOS Y COMUNICACION
Años de rabia
Washington Uranga presenta Años de rabia,
un libro reciente de Eduardo Blaustein en el cual el periodista analiza la
historia reciente de la Argentina con el pretexto del periodismo, sus luchas de
poder y con el poder.
Por Washington
Uranga
En su Exploración preliminar, Eduardo Blaustein dedica un capítulo a
preguntarse, con mucho tino, “¿qué demonios es el periodismo?”. A lo largo 35
páginas en la que destila información, erudición sobre la historia de la
profesión, sumando a las referencias de autores famosos y renombrados anécdotas
de la profesión y relatos de episodios conocidos y otros que no lo son tanto,
no responde a la pregunta inicial. Y esto constituye, en sí misma, una
definición del estilo de su libro Años de rabia. El periodismo, los medios y la
batalla del kirchnerismo (Ediciones B, 2013). Blaustein, que en su propia
trayectoria une la práctica de la profesión atravesando muchas redacciones
–también vicisitudes varias– con los estudios, la reflexión y la mirada crítica
(y autocrítica) del periodismo, tiene la virtud de no pretender respuestas
cerradas. La técnica utilizada en esta primera parte se repite a lo largo de
toda la extensa obra (448 páginas) en las que el autor aporta elementos,
contribuye a la confusión del lector y lo incomoda provocándolo a pensar, a
razonar sobre los temas que propone. No hay respuestas. Hay información,
preguntas y, en todo caso, muchas reflexiones para coincidir, discrepar o
agregar a las propias ideas.
El libro es un cruce de
escenarios diferentes donde aparecen los claroscuros de la vida política, de
los políticos, de los medios de comunicación y de los periodistas,
circunstancialmente entrelazados por un fenómeno político denominado
“kirchnerismo”. Aunque este calificativo sirve apenas para encuadrar una época,
reconocer actores, precisar el contexto de los debates. Porque en realidad, lo
que Eduardo Blaustein muestra a lo largo de las páginas de su obra es la lucha
por el poder en el escenario de la comunicación. Con todas sus contradicciones.
Es decir, con las idas y venidas de los argumentos y de las razones, a las que
se oponen, desde la otra vereda, otros argumentos y otras razones. Con
exageraciones, también con mentiras, con pretendidos énfasis que se transforman
en excesos del lenguaje por falta de fundamentos, por estrategia de
posicionamiento, en ocasiones por incapacidad y por soberbia.
Años de rabia es un
libro de historia reciente de la Argentina con el pretexto del periodismo.
Sirve para entender y reflexionar sobre la historia contemporánea del país a
partir de los señalamientos y de la lupa de un periodista avezado y, sobre
todo, inteligente para mostrar, hacer señalamientos, aguijonear al lector con
una cita o con la mención de un dato que, quizá sin la advertencia, hubiera
quedado olvidado en la memoria de los más puntillosos analistas.
Para los estudiantes de
periodismo y comunicación social el libro recopila muchas de las lecciones
básicas necesarias para cualquier profesional. Recurriendo más a la descripción
que a sesudas afirmaciones, el autor construye las bases de un manual que no
debería dejar de estar en la bibliografía de gran parte de las materias de las
carreras universitarias donde se preparan los futuros profesionales de la
comunicación. Con mucha fluidez, cuando se hace necesario y no de manera
forzada pretendiendo mostrar erudición, Eduardo Blaustein trae referencias,
citas, anécdotas del periodismo y la comunicación para incorporarlos en su
discurso sobre la práctica periodística en la Argentina reciente y sus debates
en y con el poder.
También aparecen los
actores, las políticas de comunicación y los personajes. Desde el análisis de
la política comunicacional del alfonsinismo hasta la del kirchnerismo al que,
por razones obvias, se le presta atención preferente en el estudio. Tampoco falta
el repaso a los puntos nodales de la historia de Clarín, de Página/12, del
diario Crítica, pero nadie quiera buscar en el libro una explicación de sus
éxitos o sus fracasos. Hay información, mucha información, hay datos. Pero cada
uno y cada una tendrá que pensar por sí mismo. También sobre Jorge Lanata (a
quien se dedican muchas páginas), a 6,7,8, a la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, parte de las discusiones y los posicionamientos que
genera. Hay además muchas ideas para ponerle el ojo a lo que el autor llama
“populismo mediático”. Interesante.
Es un libro altamente recomendable, para lectores inteligentes. No así para
quien quiera buscar argumentos “a favor” o “en contra”. Puede encontrarlos,
pero correrá por cuenta de quien lo haga. Porque, como dice Blaustein, es un
“diario de navegación de medios con final abierto o a la deriva”.
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