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domingo, 17 de mayo de 2009


Mi mundo digital
¿Cómo hacen los chicos de 8 años para manejar la PC o el celular de manera tan eficiente? El libro Bit Bang. Viaje al interior de la revolución digital , del periodista Ariel Torres, recientemente publicado por Editorial Atlántida, demuestra que el universo de los dispositivos electrónicos no es tan complicado. Aquí, algunos fragmentos


¿Qué tienen en común una computadora, un teléfono celular, una cámara digital, un reproductor MP3, un televisor de pantalla plana, Internet y un DVD? La clave es tan simple como mayormente ignorada, y es también lo que nos permitiría comprender cualquiera de estos equipos sin hacer un posgrado, sin volvernos locos y sin llamar al técnico veintisiete veces por semana.
La clave se llama digitalización, la tan trillada, famosa, visitada, pero incomprendida digitalización. Toda la tecnología contemporánea, esa que ha revolucionado el mundo en el curso de apenas un cuarto de siglo (aunque, en rigor, es mucho más antigua) se basa en la digitalización. Entender qué es, por qué la adoptamos y cómo influye en el comportamiento, a veces tan irritante, de los dispositivos modernos es la pieza que nos falta en el rompecabezas. Tenemos inteligencia y disposición para aprender..., pero las nuevas máquinas no dejan de aturdirnos. Y es lógico.
Pero pensemos. ¿Cómo hacen los chicos de 8 años para manejar la PC o el celular como si fueran ingenieros graduados con honores? ¿Acaso nacen sabiendo?
No, no nacen sabiendo. Ocurre, simplemente, que su conocimiento del mundo de las maquinarias se ha establecido sobre cimientos diferentes -muy diferentes- de los nuestros. Dicho más fácil, para ellos es normal que las máquinas sean como son y no de otra manera.
A todo esto, la tecnología existe desde la noche de los tiempos, desde las lanzas de pedernal y la rueda hasta el telar y la imprenta. Todos hemos aprendido de pequeños que las máquinas y herramientas tienen una cierta lógica, un espíritu, que, nos guste o no, está atado a los tiempos en que nacemos. Para un hombre de la Edad Media, una simple radio a transistores hubiera sido obra de Satán; esto sólo hubiera sido un obstáculo insalvable para que aprendiera a usarla. Bueno, resulta que el cambio que se produjo en el clima tecnológico de nuestro tiempo al ingresar a nuestras vidas la computadora (y todos sus parientes y socios) equivale a un salto de 300 años o más. En cierto modo, lo que muchas veces nos pasa es que nos sentimos como hombres o mujeres de la Edad Media frente a una modesta radio a transistores. Pero, ¿por qué nos sentimos así?
Porque los adultos de hoy nos hemos formado en otro contexto, uno a la vez más simple y que parece más cercano a la forma de pensar natural de los humanos; es sólo apariencia, pero pesa mucho.
(...)
El truco para adaptarse a los nuevos tiempos no pasa, entonces, por estudiar de memoria cada nuevo programa, cada nuevo aparato, cada nuevo sitio Web. Por este camino sólo conseguimos agotarnos y llegar a la frase típica, inevitable y resignada: "Nunca voy a terminar de entender esto". No, claro que no, por ese camino nunca vamos a terminar de entender las nuevas tecnologías.
En rigor, el camino pasa más bien por desaprender lo que tenemos incorporado desde pequeños. Hay una sola forma de conseguir eso, y es asimilar, en nuestro caso de forma consciente, porque ya no tenemos 4 o 5 años, lo que los chicos aprendieron sin esfuerzo, por ensayo y error, cuando sus mentes eran nuevas, maleables e iletradas.
Usted sospechará, y es comprensible, que hacer esto debe ser complicadísimo. Por el contrario. De hecho, es tan pero tan simple que cuando haya terminado de leer este libro, e incluso desde las primeras páginas, va a mirar las computadoras y todo el resto de la farándula electrónica con otros ojos. No más eruditos, sino más sabios, como los ojos de los chicos.
Capítulo 5/ Aquí, control
Decíamos antes que con las modernas tecnologías no necesitaríamos
ningún volante, ninguna palanca y ningún par de pedales para controlar un Jumbo 747. ¿Qué necesitaríamos? Software. Programas.
A decir verdad, mientras usted intenta relajarse con un whisky para no pensar que está volando en una cámara presurizada a 10.000 metros de altura y a 900 kilómetros por hora, quien maneja la nave no es una persona, sino el piloto automático.
Es decir, un programa. El avión es conceptualmente tan sencillo que el piloto humano sólo debe ingresar unos pocos datos en un panel (rumbo, altitud, velocidad y un par de cosas más) para que ese software lleve un avión que vale 260 millones de dólares y pesa casi 200 toneladas de un aeropuerto a otro sin sobresaltos. Es más: un avión moderno es capaz también de aterrizar automáticamente, aunque ésta no sea la práctica normal.
Lo que nos ocurre con las computadoras es que son mucho más poderosas y complejas que un Boeing 747. De hecho, pueden simular con bastante perfección un Jumbo. O, más bien, su comportamiento.
Ahora rebobinemos un poco. ¿Qué hizo el piloto humano al ingresar el rumbo, la altitud y la velocidad en el panel del piloto automático? Lo configuró, le dio datos a un programa. Finalmente, apretó un interruptor que encendió el piloto automático.
Aunque cueste creerlo, esto de ingresar datos y apretar un interruptor constituye el 99% de lo que hacemos al manejar no sólo computadoras, sino también cualquiera de los otros dispositivos, incluido el control remoto del televisor. Y ningún ejemplo será más gráfico que el del celular. ¡Todos sabemos cómo se manejan! Enseguida verá que es exactamente igual que llevar un avión de pasajeros de Buenos Aires a Miami.
Epílogo/ Más allá de la Era de la Información
Entre 50.000 y 200.000 años atrás, éramos una banda paupérrima de individuos que no medían mucho más de un metro veinte centímetros de estatura, carecían de garras y sus dientes no asustaban a nadie. Estábamos a merced del clima, las catástrofes naturales y no podíamos ir al supermercado ni a la farmacia. No teníamos nada, no digamos ya para descubrir la Teoría de la Relatividad o los antibióticos, sino para sobrevivir a los impiadosos reglamentos de la Evolución. Digámoslo de una vez: los seres humanos no teníamos chance. Ninguna. Estábamos destinados a la extinción. O, en el mejor de los casos, a convertirnos en otra de las especies que bregan por sobrevivir, anónimas y sujetas a un destino de fósiles. Y, sin embargo, dominamos el planeta. ¿Cómo? ¿Qué teníamos de especial, de poderoso, cuál era nuestra arma secreta, nuestro as en la manga?
Cuando en clases y conferencias planteo esta pregunta, la respuesta inmediata es "Teníamos inteligencia". Oh, sí. La teníamos. Sólo que no éramos ni somos los únicos. Los cuervos, los gorilas y hasta los pulpos son muy inteligentes. Incluso son capaces de fabricar herramientas para resolver un problema con el que nunca antes se habían enfrentado. De hecho, tienen una inteligencia mucho más adecuada que la nuestra a las exigencias de la Naturaleza. Algunos, además, vuelan, se camuflan, ven en la oscuridad, huelen su alimento a varias cuadras de distancia, tienen millones de hijos por vez, corren a 50 kilómetros por hora o disponen de garras capaces de destrozar a un hombre, sobre todo a un hombre de 1,20 m de estatura, de un solo zarpazo.
Además, ¿somos de verdad más inteligentes? Eso depende de cómo definamos inteligencia. Un gato podrá parecer bastante obtuso resolviendo una regla de tres simple, pero yo haría un verdadero papelón si tratara de capturar un gorrión caminando a diez metros de altura por una rama de once centímetros de diámetro. ¿No es más inteligente que nosotros, en circunstancias de vida o muerte, ese caballo que se da cuenta de que se avecina un terremoto o el perro que nota, sin que para nosotros haya ninguna señal evidente, que aquella persona tiene malas intenciones?
(...)
No, no fue la inteligencia la que nos sacó de las grutas y nos llevó al espacio. O, al menos, no fue sólo la inteligencia. Fue otra cosa, algo que sí es único en la Naturaleza, algo que sólo los seres humanos poseemos. En ese vasto e increíblemente variado universo de plantas y animales, las personas poseemos un don tan exclusivo y extravagante que el escritor William S. Burroughs dijo una vez que se trataba "de un virus que había venido del espacio". Así de rara es esta característica en el mundo natural.
No tenemos poderosas garras ni grandes dientes ni fuertes músculos. Ni alas.
Pero tenemos el lenguaje.

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