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martes, 29 de noviembre de 2011

ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

España: mas propaganda que publicidad


Según el columnista, el triunfo de la propaganda sobre la información, y la mordaza puesta a la televisión, el medio dominante, a través de un estricto control de los programas de noticias y los debates, marcan algunas equivalencias entre las campañas generales españolas y las realizadas recientemente en nuestro país.
  • FotoBorrini: "No se votó ideológicamente, sino emotivamente, en contra de los que habían financiado la fiesta anterior y provocado después la hecatombe que hizo temer que España se convirtiese otra Grecia".

Una columnista española, hace poco, añoraba la época feliz de las campañas políticas, cuando los que competían desde el gobierno se esmeraban para que los servicios públicos funcionaran a la perfección, como manera de demostrar que convenía ser reelegidos, y los que peleaban desde el llano para reemplazarlos prometían más beneficios con el propósito de conquistar a los dubitativos.
Esa época feliz de todos modos duraba poco, porque en Europa las campañas no comienzan un año antes, como aquí. Pero esta vez habría durado aún menos, por la sencilla razón de que no hubo campañas convencionales. La principal razón es que allá, como acá, hubo más propaganda que publicidad.
La publicidad se limitó a videos en las redes sociales y a un par de eslóganes poco ejemplares: “Pelea por lo que quieres”, del PSOE, y “Súmate al cambio” del PP. La televisión, el medio dominante, fue amordazada. Las emisoras privadas rechazaron la ley que les obliga a repartir tiempos entre los partidos; las campañas se refugiaron entonces en los programas, donde una Junta electoral arbitró con cronómetro el tiempo asignado a cada partido en entrevistas y debates.
Las nuevas normas impidieron incluso que las emisoras metieran sus cámaras en los mítines, y fueron los partidos los que distribuyeron las imágenes que más les convenían.
Rosario Gómez, del diario El País de Madrid, había anticipado unos meses antes: “La propaganda le gana a la información”. Una propaganda que, es bueno aclarar, se parece muy poco a la de antes; ahora es mediática, disimulada en generosos espacios de información y de opinión.
Una elección sin sorpresa
En este contexto de excepción, el eje fue la crisis, cuyo transcurso beneficiaba al Partido Popular de Mariano Rajoy, y perjudicaba al candidato socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, quien se desgañitó en decenas de mítines, organizados a lo largo y ancho del país, como en el siglo pasado.
En un video, Rubalcaba, con voz desfalleciente por el esfuerzo cumplido, dijo que había andado 35 mil kilómetros por todo el país. “Es mucho lo que nos jugamos: la educación, la sanidad, el futuro”, agregó. Pero las cartas ya estaban echadas.
La compulsa careció de sorpresa y terminó como se preveía, con un holgado triunfo del PP (logró 10,5 millones de votos, contra 6,7 millones del PSOE), y el control del Congreso. Pero ¿ganó Rajoy o perdió Rubalcaba?
En medio de la crisis, la decisión fue de los “mercados”, como dijeron algunos. Pero los mercados no sirven solamente para achacarles las culpas; dejan también otras enseñanzas; por ejemplo, la necesidad de que los perdedores inicien rápidamente un programa de “fidelización” como el que practican las grandes marcas.
No se votó ideológicamente, sino emotivamente, en contra de los que habían financiado la fiesta anterior y provocado después la hecatombe que hizo temer que España se convirtiese otra Grecia.
Fue un típico voto castigo, con el fondo urbano de las protestas de los “indignados”. Rajoy, cuestionado incluso por sus propios partidarios, quienes hasta último momento dudaron en respaldar su candidatura, no necesitó siquiera hacer grandes promesas. Lo suyo fue esperar pacientemente y no cometer errores a último momento.
El orgasmo de votar
Rajoy eludió convocar a conferencias de prensa y no anticipó los nombres de su futuro gabinete. El día siguiente al de su victoria pidió un trato especial a sus socios europeos, alegando que España siempre cumplió sus promesas, pero estos le exigieron que confirmara las reformas prometidas.
Los videos plantados en Facebook no fueron todos tan inocentes como el que mostraba un diálogo en un taxi, conducido por alguien que se mostraba de espaldas y que por su voz podía reconocerse como el propio Rajoy. O como el jadeante cuenta kilómetros de Rubalcaba.
En uno de ellos, de pésimo gusto, realizado por un grupo de jóvenes militantes del PP, una mujer simulaba un orgasmo ante la urna provocado por la emoción de votar. Los responsables dijeron que conocían ese aislado paquete de videos juveniles, pero que no habían visto el que provocó tanto revuelo. Una disculpa acorde con el vale todo de las redes. En otro caso, una candidata local, en vuelo de gaviota, cazaba “inmigrantes ilegales” por todo el país; hubo un escándalo y los autores lo corrigieron. La caza pasó a ser de los “mafiosos ilegales”.
No todos los involucrados condenaron abiertamente estas barbaridades; según algunos, fueron realizados para aumentar el interés de los comicios y animar a los que suelen abstenerse de votar. Pero no faltaron quienes, en voz baja, dijeron que “si sirven para ganar están bien”.
“Solo el rechazo social –comentó Rosario Gómez-, puede impedir que cundan estas manipulaciones informativas”. No sólo en España, en muchas partes, y nuestro país no es precisamente la excepción.


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