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viernes, 6 de febrero de 2009

ARGENTINA EL ESPACIO DE JORGE DELL’ORO
Se rumorea que…
En la columna de hoy, el autor habla de las características y efectos del rumor, que muchas veces adquiere importancia decisiva en ciertos ámbitos, especialmente el político.
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El rumor que tanto desvela al mundo de la política es parte del marketing cotidiano en el mundo de la farándula. Nos guste o no, está presente en nuestras vidas y ejerce un decisivo y estratégico papel regulador en la cultura de la sociedad.
Como una pieza de comunicación oral interpersonal, el rumor requiere la mediación de una serie de actores que, en complicidad, deciden presionar a un grupo o persona generando un mensaje atractivo y ambiguo, de fuente desconocida pero a su vez creíble.
Un estudio realizado en Alemania revela que el rumor es más poderoso que los hechos comprobados para determinar la opinión que los seres humanos tienen de alguien. Influye sobre una persona a tal punto que lo hace incluso si contradice lo que ella ha visto.
Además el estudio confirma que, cualesquiera sean sus orígenes o procedencias, los rumores generan cultural o históricamente una suerte de fascinación entre las personas, más allá de su género.
En Latinoamérica, los rumores quitan gobiernos, ponen nerviosos a los mercados financieros, provocan desabastecimiento, llevan a la quiebra a empresas, elevan o degradan reputaciones, personalidades e imágenes. Destruyen familias o confirman romances.
El rumor es un pariente cercano a una noticia: circula por los más variados ámbitos, su inicio es oral, se transmite de boca en boca, pero podemos verlo en la televisión, oírlo en la radio, recibirlo por Internet y hasta leerlo en el periódico. Lo realmente preocupante es cuando se lo da como una noticia, que lo termina potenciando y legitimando, proveniente de esas “fuentes confiables” que muchas veces el periodismo usa para informar.
Los rumores son piezas comunicacionales transitorias e incontrolables. De su contenido y construcción depende la rapidez con que se difundan y casi siempre ocupan el espacio que dejó vacante la información verdadera.
El rumor en la política generalmente está vinculado a hechos negativos y casi siempre termina en escándalo mediático. De ello podemos distinguir tres tipos de rumores: los que implican la transgresión de los códigos sexuales (escándalos sexuales), los que implican la mala utilización de los recursos financieros (escándalos económicos) y los implican abusos de poder político (escándalos políticos). Cada uno de estos tipos de rumor político tiene rasgos definitorios clave, aunque en la práctica es posible que cualquier rumor concreto tenga una determinada gama de rasgos secundarios.
Después de Watergate, Jimmy Carter basó su campaña presidencial en la cuestión de la confianza y en la promesa de recuperar la ética para Estados Unidos. “Yo nunca os mentiré” fue su muletilla. Sin embargo los rumores lo fueron minando. El primero comenzó sobre su amigo y asesor Lance, quien fue sistemáticamente bombardeado con rumores que hablaban de la existencia de irregularidades en sus cuentas personales. Agobiado, debió renunciar. Luego vino el “Billygate”, una serie de rumores sobre el hermano alcohólico de Carter, de quien se decía exageradamente que tenía contactos con Libia para hacer negocios. Y como si fuera poco, se rumoreaba que Hamilton Jordan, un auxiliar de la Casa Blanca, era adicto a las drogas, cosa que luego una investigación desestimó.
Los rumores que terminaron en escándalos mediáticos afectaron a Carter, pero no fueron lo único que destruyó sus posibilidades de ser reelegido en 1980. Pero sin duda tampoco fueron algo que le ayudara a conseguirlo.
Quizás en la Argentina hayamos desarrollado un material impermeable a los rumores derivados en escándalos, pues seguimos convalidando con nuestro voto a los mismos políticos que desde hace mucho son involucrados por rumores de todo tipo.
¿O será que los rumores de aquí son infundados?

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