LA
VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION
El malestar comunicacional
Sandra Massoni sostiene que la comunicación ya no se piensa
sólo como información, ni principalmente como una transferencia, sino como
encuentro sociocultural, a medio camino entre lo individual y lo colectivo.
![http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif](file:///C:/Users/usuario/AppData/Local/Temp/msohtmlclip1/01/clip_image002.jpg)
Hablábamos de algo así como la madre del borrego del
malestar comunicacional en el siglo XXI. Nos proponíamos –en una cena con
colegas– identificar la causa de la evidente falta de respuesta que nos
producen hoy las formas comunicacionales clásicas.
Con las tablas que pedimos como entradas, coincidimos en que
lo del fastidio comunicacional nos pasa a todos: cada vez es más difícil que en
el tratamiento de las noticias nos conformen los diarios o nos satisfagan los
noticieros o las revistas periodísticas. Felices eran nuestros padres,
sentándose cada noche a ver su noticiero preferido y los domingos a revisar
cual inventario, en el diario, los detalles de qué hubo de nuevo en el planeta.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Tan pequeños...! ¿Cambiamos como lectores de medios?
¿Cambiamos como periodistas? En la mesa arreciaron preguntas y argumentos.
Con los platos fuertes convinimos en que afortunadamente,
poco a poco, hemos desplegado la complejidad de lo comunicacional, aunque
todavía no contemos con metáforas dominantes ni con rutinas –tanto de
producción como de consumo de medios– que nos acompañen en los entornos
periodísticos digitales actuales. Reconocimos que hoy existen básicamente
posiciones opuestas y, como consecuencia de esa misma linealidad, cierta falta
de democratización en los formatos de los espacios de noticias en los medios
masivos. Acordamos en que por el momento y cada vez con más frecuencia, al ver
los noticieros, mucha gente se comporta casi como hincha de fútbol, soltando
exabruptos e improperios frente a tratamientos de la noticia con los que no
acuerdan. Para seguir pensando, nos quedamos con una pista: la verdad sólo muy
de vez en cuando se resuelve en soledad. Tomamos nota de que nos falta mucho
navegar en la comunicación digital para aprovechar aquello que ella nos ofrece
como metáfora organizadora: la comunicación en red.
Ya en los postres, de todos los argumentos con los que
debatimos rescato lo del huevo. Me gustó como analogía por su sencillez: la
comunicación social en el siglo XXI es como un huevo. Suena un poco raro, pero
se explica más o menos así: podemos hacer ciertas cosas para acompañar el
desarrollo de un huevo, como generar en su entorno un ambiente propicio; por
caso, darle calor o quizá protegerlo de los golpes que podrían dañarlo. No
obstante, como en todo lo vivo, en un huevo también el cambio principal en su
desarrollo viene desde dentro. Si por desgracia la cáscara se rompe desde
fuera, la vida se termina. Pero si se autorrompe, la vida nace.
¿Y si empezáramos a pensar en la comunicación social como un
proceso fluido, entre seres que están siendo al comunicar? Desde los nuevos
paradigmas, la comunicación ya no se piensa sólo como información, ni
principalmente como una transferencia, sino como encuentro sociocultural, una
tensión que emerge de la situación, a medio camino entre lo individual y lo
colectivo, y que por lo tanto merece ser considerada comunicacionalmente. Es
decir, en otro dominio y como una relación intersubjetiva. No como sujetos. No
como sociedad. Sino como un lugar vivo, habitado en las múltiples trayectorias
de los grupos y sectores que comparten un territorio.
Desde la Escuela de Comunicación Estratégica de Rosario
trabajamos con nuevas herramientas analíticas y operacionales como, por
ejemplo, las matrices socioculturales. Desde ese molde colectivo que constriñe
y que a la vez da forma a lo nuevo, cambian los actores en la trama social
cuando se comunican. Decimos que el de la comunicación es un encuentro, vivo y
encarnado en el que las matrices socioculturales se reconocen como un linaje de
acciones compartidas, un ritmo colectivo que es propio de ciertos grupos y
sectores. Eso casi musical por lo rimado, y que surge entre; eso que no existía
previamente, porque ocurre mientras; ese proceso complejo, situacional y fluido
es la comunicación en los tiempos que corren (¿nos corren? Quizás un poco...).
La caracterización de matrices socioculturales como
autodispositivos colectivos nos permite atender a la especial modalidad de
vinculación que los actores tienen con los diferentes componentes del problema
que aborda la estrategia a partir de reconocer sus trayectorias, sus lógicas de
funcionamiento desde el paradigma de lo fluido. El cambio siempre surge desde
dentro, porque –como bien dicen los filósofos– no se puede cambiar sino desde lo
que se está siendo. Así, se aborda a la comunicación como una reconfiguración
espacio-temporal, como una cena compartida que nos alimenta y... ¿nos
satisface? ¿O será que ya estamos necesitando otro menú? Para finalizar la
sobremesa todos juntos brindamos por superar el malestar comunicacional:
¡habitemos a la comunicación desde lo vivo!
* Doctora por la UBA. Directora de la Maestría en
Comunicación Estratégica de la UNR.
MEDIOS Y COMUNICACION
Ante el uso de los demás
Florencia Saintout reflexiona sobre la utilización del dolor
que algunos periodistas y medios de comunicación han hecho a propósito del
primer aniversario de la tragedia de Once.
![http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif](file:///C:/Users/usuario/AppData/Local/Temp/msohtmlclip1/01/clip_image002.jpg)
Escribo esto con la dificultad del riesgo, asumiendo el
riesgo, que compromete todo tipo de posición y lenguaje ante el dolor. Con la
herida tan abierta. Pero aún con dolor en llaga, creo que vale la pena intentar
reflexionar.
Los 51 (los 52, contando a Uma) muertos en los hechos de
Once son un dolor de la Argentina. ¡Qué duda cabe al respecto! Por lo tanto, no
son sólo un hecho íntimo, sino público, político. Lo que no lo hace menos
intenso, sino que tal vez, por lo contrario, lo haga más profundo, oceánico.
Voy a hablar de un solo aspecto de ese dolor: el uso que de
él han hecho los medios (decir esto, insisto, no implica de ningún modo negar
la existencia real y por momentos absoluta de ese dolor). Pero, ¿se puede usar
el dolor?
Antes de escribir, además, voy a explicitar una posición: no
soy de los que creen en la “culpa” del Estado por lo que sucedió. Al menos de
este Estado. Creo que lo que sucedió es producto claro de más de treinta años
de destrucción al servicio de la reproducción del capital que entre otras
víctimas produjo treinta mil desaparecidos, cientos de muertos por gatillos
alegres y violencias institucionales, Cromañón, el hambre, la miseria y el
desempleo. Y que este Estado que tiene un gobierno que ha pedido perdón trata
de reconstruirlo, de recuperarlo, haciéndolo con éxito en muchos frentes, no
llegando aún (aún, todavía) en muchos otros (y porque creo que va a llegar
finalmente es que sigo estando donde estoy, como tantos y tantos).
Vuelvo al punto: ¿se puede usar el dolor? Claro que sí.
La historia de los siglos, pero especialmente la historia
del siglo XX, nos ha mostrado cómo una maquinaria de imágenes (o su ausencia
interesada) puesta al servicio de la destrucción del otro ha estado presente
para justificar guerras, para construir enemigos internos, para banalizar los
exterminios. También a veces el dolor ha sido utilizado como camino de la
indignación para construir derechos o para hacer justicia. Para sensibilizar a
otros construyendo causas comunes que hagan de la vida juntos un lugar más
digno.
Se puede usar el dolor entonces y se utiliza sistemática y
repetidamente. Voy a reflexionar aquí acerca de un uso perverso del dolor que
he visto en estos días de llagas abiertas. El uso que han hecho los medios
dominantes (por supuesto no han sido los únicos... llamativa composición
política la de la plaza). No puedo sacarme de la cabeza la repetición infinita
de las caras y los llantos, del sufrimiento, de los carteles con nombres
propios y la instalación junto a ellos de los periodistas de Telenoche, casi
como actores que cumplen un papel, o como los antropólogos que viajaban a
comunidades lejanas para vivir con los nativos (así lo decían), forzando ser
unos más para las cámaras.
El infierno del sufrimiento mostrado una vez y otra vez y
otra vez hasta hacerlo insoportable. ¿Podrán esas imágenes llevar a la sociedad
a la tramitación pública común de ese dolor? ¿Les interesa a los que las
muestran hacer algo con ellas? ¿O solo les interesa, como yo creo, nublar el
entendimiento y dirigir el dolor hacia un lugar al que apuestan con cualquier
cosa que se les cruce en el camino? Ese lugar es la creación de un sentido
común que no ponga en duda que todo es terrible y que nada se puede hacer más
que demonizar un gobierno.
El dolor nos constituye, sin dudas, pero es tiempo de hablar
de responsabilidades. Cuando el periodismo hegemónico continúa utilizando un
argumento (afortunadamente cada vez más endeble y en ruinas) como que los
medios “sólo muestran la realidad”, automáticamente se eluden todas las
responsabilidades éticas y morales que deberían constituir la práctica
periodística. Cuando a las víctimas, en lugar de contenerlas y acompañarlas, se
las expone como un trofeo, se las incita a brindar respuestas afortunadas para
sus intereses, lo que se está haciendo es pornografía. Pornografía del dolor
para saciar sus intereses, exponiéndonos a todos a ese espectáculo que ellos
montan, editan y dramatizan.
En este punto es necesario recuperar la pregunta que Susan
Sontag planteara: “Quizá las únicas personas con derecho a ver imágenes de
semejante sufrimiento extremado son las que pueden hacer algo para aliviarlo
–por ejemplo, los cirujanos del hospital militar donde se hizo la fotografía– o
las que pueden aprender de ella. Los demás somos voyeurs, tengamos o no la
intención de serlo”.
Ante esto, no caben reacciones tibias, no cabe la sensación
de que es más de lo mismo que hacen cada vez, cabe el más enérgico rechazo, la
más profunda repulsión a quienes siempre pusieron sus intereses por sobre los
del pueblo y la expresión de que nos merecemos otro tipo de periodismo.
La reflexión en momentos de extrema emoción es necesaria
para no dejarse llevar por los intereses mezquinos de los demás. Ante un dolor
que es nuestro, los demás actúan como caníbales que es necesario frenar. La
única salida del horror es la justicia y la política. No podemos olvidarnos de
esto.
* Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social
de la UNLP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario