Alertan sobre la publicidad de los alimentos que se venden como medicamentos
Juan José Borrell, del Grupo Interdisciplinario en Seguridad Alimentaria, alerta sobre la publicidad de alimentos que fomenta el consumo de productos pocos saludables. El problema se agrava...
"La publicidad vende modos de vida y lo que comemos no escapa a esa lógica", asegura Juan José Borrell.
Los mensajes publicitarios presentan a los productos alimenticios como si fueran a facilitar la sociabilidad, ayudar a que los hijos crezcan mejor, a ser mejores padres, a estar sanos, divertidos, románticos, intrépidos, exóticos y distinguidos. Esta "medicalización" de los alimentos a través de la publicidad que vende los productos como si fueran medicamentos, en ciertos casos se contradice con las pautas de una alimentación considerada saludable.
"La publicidad vende modos de vida y lo que comemos no escapa a esa lógica", asegura Juan José Borrell, historiador, doctor en Relaciones Internacionales y coordinador del posgrado en Política y Gestión de la Seguridad Alimentaria de la Universidad de Rosario. Lo cierto es que el 75 por ciento de la publicidad que circula por los medios masivos corresponde a los alimentos. Los efectos de esta influencia se vuelven preocupante cuando el destinatario del mensaje son los niños.
El especialista miembro del Gisa (Grupo Interdisciplinario en Seguridad Alimentaria, de la UNR), aporta una mirada fuertemente sociológica y política sobre el mundo de los alimentos y vincula las "enfermedades de la opulencia" (diabetes, obesidad, hipertensión, hiperlipemia y aterosclerosis) con la disfuncionalidad entre nuestro diseño histórico-biológico y los hábitos contemporáneos, concentrados en dietas cada vez más industrializadas, con altas dosis de sodio, dulces, grasas saturadas y reducida variedad de nutrientes. "La publicidad es una de las patas del sistema de comercialización de alimentos, el último eslabón, que va de la mano de los sociedad que vivimos, por lo tanto, la publicidad de alimentos no escapa a la lógica de la sociedad de consumo", dispara.
No sólo se venden productos sino estilos de vida —puntualiza—, como si a estos objetos se les podría atribuir una especie de capacidad antropomórfica para ser más felices, más sanos, sofisticados y exóticos. Esto es posible a partir de la identificación de determinados productos con modos de vida, con la necesidad de distinguirse, de reconocimiento, de búsqueda de identidad.
El perfil publicitario de estos tiempos, que según dice, apunta a un consumidor individualista que busca el goce individual y narcicista, "va de la mano de otros circuitos de hiperconsumo, como el shopping, el gimnasio, espacios de aturdimiento, de sobresaturación de imágenes y sonidos, propias de las últimas dos décadas en las grandes urbes", subraya.
A pesar de la "dureza" de su análisis aclara que "no hay que ver a la publicidad como un cuco" por cuanto los habitantes de las ciudades más populosas acceden a los alimentos a partir de un almacén, un supermercado o hipermercado, y la forma que tienen estos mercados de competir es a través de la publicidad. "Así es como la promoción de los productos busca refinarse en la necesidad de encontrar nuevas estrategias para hacerlos más atractivos. No necesariamente un producto alimenticio tiene todos los atributos que la publicidad postula", sostiene. En cuanto a las responsabilidades que le caben a la industria en este tema, Borrell afirma que la encargada de la manufactura "no tiene porqué ocuparse de educar a la población", y por el contrario, sostiene que esta tarea le cabe a los responsables de velar por la salud de la población, como los organismos estatales que regulan la seguridad y calidad de los alimentos que llevamos a la mesa.
Según opina el especialista que ofrece una mirada del consumo desde la biopolítica, el problema de la difusión de ciertos hábitos alimenticios va más allá de encontrar un solo responsable. "Este fenómeno es propio del tiempo histórico que vivimos", enfatiza.
"La industria en sí misma no es mala y sus procedimientos se encuadran dentro de pautas regladas por el Código Alimentario, el Instituto Nacional del Alimento y sus similares provinciales y municipales. Las pautas en las que se enmarca la publicidad sobrepasan a cualquier organismo", remarca.
La formación de los hábitos de consumo "es consecuencia de un conjunto de factores", dice, por lo que enfatiza el rol que le cabe a la educación alimentaria en su intento por modificarlos, aunque admite que "es una tarea de hormiga; tampoco podemos volver a la caza, la pesca y la recolección de alimentos, porque no alcanzarían los recursos del planeta. La clave es buscar puntos de equilibrio para que nuestros cuerpos no exploten".
Calidad y variedad. La constitución genética y biológica del ser humano es el resultado de un proceso de adaptación en busca del alimento, donde se alternaban períodos de escasez y abundancia, y la base de la dieta eran pequeñas frutas y animales.
Cuando las sociedades domesticaron la agricultura y la ganadería el hombre ya no tuvo que salir a buscar lo que comía, pero al mismo tiempo perdió la variedad de alimentos que antes consumía.
"Algunas tribus consumían entre 150 y 250 variedades diferentes de plantas y animales. Si hoy nos comparamos con ellos, sólo ingerimos derivados de dos o tres animales, y no más de 30 plantas", explica. Actualmente, en cambio, la población de las regiones modernizadas está expuesta a dietas de calidad reducida, con un exceso en la ingesta de hidratos de carbono de asimilación rápida y de grasas saturadas poco saludables.
"La supuesta variedad de alimentos vistosos y ricos que exhiben los supermercados en su mayoría derivan sólo de dos o tres materias primas básicas, como la soja, el trigo y la grasa animal. Sin embargo, el modo de presentarlos para el consumo hace que pensemos que comemos sano y variado. Estos son los recursos que las industria utiliza para inducir a la compra", enfatiza Borrell.
"El edificio genético y fisiológico de los humanos, construido en cientos de miles y hasta millones de años, ha entrado en contradicción en unas pocas décadas con los hábitos de vida actuales: dietas industrializadas con altas dosis de sodio, dulces, grasas saturadas y trans, tóxicos, reducida variedad de productos, y escaso aporte de vitaminas y minerales, sumados a entornos urbanos de hipersedentarización, tensiones, menos horas de descanso e inseguridad", asegura el especialista.
"La promoción de alimentos utiliza una estrategia denominada de guerrillas, que salta la figura paterna y se dirige directamente al chico y a su grupo social: hoy es el niño el que decide qué comer. Esto se corresponde con un proceso político y social que ha llevado a la cosificación del hombre, en el cual, los chicos son cada vez más vistos como sujetos útiles a determinados intereses", dice enfático Juan José Borrell.
Esta tendencia se vislumbra fuertemente en los alimentos modificados genéticamente, como el caso de los transgénicos. Al respecto el coordinador de la carrera de posgrado en Política y Gestión de la Seguridad Alimentaria confirma la existencia de "presiones y lobbys" que impiden en el país la identificación de este modo de producción sojera en las etiquetas. "Aunque ciertos estudios muestran las consecuencias que esto tiene para la salud humana y otros no lo confirman, algunos países europeos optaron por informarlo igual a la población", señala.
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