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miércoles, 25 de septiembre de 2013


MEDIOS Y COMUNICACION

El porno: nuevo vínculo social

Para Daniel Mundo, la pornografía es un género literario cuyo último suspiro lo dio con el fenómeno denominado “industria pornográfica”. Pero antes de ser sexo el porno es imagen y antes de ser imagen es un tipo específico de vínculo social.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Daniel Mundo *

El sentido común mantiene con el porno una relación de ajenidad: no lo ve. O mejor: lo ve en todos lados (en la publicidad del yogur o del auto, en los noticieros, en el reality show), pero se niega a mirarlo. Por supuesto, hace décadas que su producción, circulación y consumo se despenalizaron, y por eso ya no se lo condena, aunque se estigmatiza (tolerantemente) a sus consumidores. Mirar porno genera inquietud. Y a esta inquietud mejor tramitarla en privado.

La pornografía es un género literario cuyo último suspiro lo dio con el fenómeno denominado “industria pornográfica”, cuando mirar pornografía salió de los guetos masculinos u homosexuales y arribó a los cines comerciales. Ocurrió en la década del setenta y el hito fue Garganta profunda, de G. Damiano. La “liberación” del porno fue un proceso que atravesó la década del sesenta. Se conquistó primero en Europa y un año más tarde en EE.UU. la auténtica usina de este tipo de imágenes. También es cierto que esta liberación fue contemporánea a la aparición de un nuevo medio para la educación sentimental de las masas, la televisión, que vino a desplazar al cine. La libertad permitida afectaba al cine más que a la imagen pornográfica.

La pornografía propiamente dicha llega hasta la década del ochenta, con el video. La aparición de éste transformó tanto las condiciones de producción y exhibición como de recepción de la imagen pornografía. Abarató los costos, logró una distribución planetaria, privatizó su contemplación. Pero no se alteraron las condiciones estructurales de su relato. Aunque incluso la bibliografía especializada la condene como aburrida y sin historia, la pornografía persiguió siempre la transmisión de un mensaje, sea sexual (una utopía maquínica), religioso, científico o hasta metafísico, desde las sagas del Marqués de Sade hasta casi el último set pedorro producido sin presupuesto. El sexo era el medio para soportar la blasfemia, la impertinencia o la idiotez, intervenciones discursivas con las que se denunciaba el orden sexual, político, filosófico, etc., instituido. El porno irrumpe cuando el medio prescindió de utilizar el sexo para transmitir todos estos otros mensajes. Estos mensajes ya no cumplían ninguna función.

Para P. Virilio la televisión nace con el color, la tevé en blanco y negro forma parte de una época anterior, una paleotelevisión –a lo que podríamos agregar que la televisión real aparece recién cuando se pasa de tener canales de transmisión que se contaban con los dedos de una mano, a tener una oferta ilimitada (imaginariamente ilimitada) de imágenes a cualquier hora del día de cualquier género–. El porno es a la pornografía lo que el cableado a la televisión por aire. A lo largo de la historia moderna, la pornografía estuvo atada al medio técnico como ningún otro género, fue el primero, siempre, que usufructuó de la novedad tecnovisual, desde la fotografía, el estereoscopio, el cine, el video hasta Internet. Pero es en la “red” donde encuentra su hábitat idóneo.

Por varios motivos. Hay porno cuando el delivery de imágenes es continuo. Cuando esta imagen renuncia a cualquier tipo de trascendencia (incluso la trascendencia de arrasar con cualquier idea de trascendencia. Por ello todos los subgéneros posporno, desde el queer hasta el “femenino”, pertenecen al género pornográfico). Cuando el mensaje se reprime o expulsa de tal modo que desaparece de la escena, ¿qué queda? Queda un archivo incontrolable de imágenes de sexo. O para decirlo en otras palabras: queda la acción del medio, el medio audiovisual en acción, el medio sin mensaje.

El otro motivo consiste en su virtualidad. En ningún otro medio técnico como con Internet se plasma la virtualización del género. La pornografía y el porno implican indefectiblemente una mediación, sin medio hay sexo, no porno. Por ello, el porno no es, como cree el sentido común (y alguna bibliografía abocada al tema), sexo y sólo sexo. Salvo que imaginemos “el sexo” como una práctica muy diferente a la imagen que nos representamos cuando hablamos de sexo, un sexo ampliado, en todo caso, hasta su extinción. Antes de ser sexo el porno es imagen. Y antes de ser imagen es un tipo específico de vínculo social en el que se encarna (iba a escribir “refleja”) todo lo que nuestro inconsciente sea capaz de proyectar. No es mucho.

* Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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Comunicar la otra economía

Marcos Pearson sostiene que la economía social y solidaria es una propuesta integral que entiende lo económico en vínculo inseparable con lo social, lo cultural y lo político, y plantea la necesidad de abordar “lo comunicacional” allí como disputa de sentidos por la ampliación de los propios horizontes.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Marcos Pearson *

Desde Tandil

Durante los últimos años la economía social y solidaria ha comenzado a ganar cada vez más lugar en la agenda pública. Las prácticas de diversos actores sociales –organizaciones sociales, cooperativas, asociaciones de pequeños productores, fábricas recuperadas, movimientos de trabajadores desocupados, etc.– han encontrado eco en el ámbito de las universidades y en diversas políticas que están destinadas hacia su promoción, poniendo de manifiesto una forma distinta de abordar la temática del trabajo, la producción, el comercio y el consumo, entre otros aspectos. En definitiva: una propuesta que corre el foco del afán de lucro como única motivación, para poner centro en el ser humano y en la reproducción de la vida como objetivo esencial de la economía.

Como dato contextual es bueno saber que en algunos de nuestros países hermanos se han sancionado leyes nacionales y reformas constitucionales que incluyen estas miradas. En nuestro país contamos también con una batería importante de políticas públicas, programas y áreas en distintos organismos, así como diversas leyes provinciales y ordenanzas municipales que dan cuenta de la existencia y buscan promover la gran cantidad de prácticas que el movimiento y las organizaciones de la economía social y solidaria parieron durante las largas décadas de neoliberalismo.

La feria es el mensaje

La economía social y solidaria es una propuesta integral que entiende lo económico en vínculo inseparable con lo social, lo cultural y lo político. Esto nos plantea la necesidad de abordar “lo comunicacional” y asumir el desafío que implica promover otra economía, como disputa de sentidos por la ampliación de los propios horizontes.

Las ferias y mercados de la economía social y solidaria son una expresión que –primero desde las organizaciones y ahora con impulso desde el Estado– tienen mucho para enseñar en este sentido.

Así como Marshall McLuhan sostenía que “el medio es el mensaje” al analizar los condicionamientos pero también las potencialidades que vienen incorporadas con cada soporte de la comunicación, podemos decir también que, para la economía social y solidaria, “la feria es el mensaje”, o que al menos constituye un importante instrumento comunicacional para llegar hacia otros sectores de la sociedad.

Convencidos de esto, desde la Universidad Nacional del Centro, junto con otras instituciones y organizaciones que integramos la Mesa de la Economía Social y Solidaria de Tandil, hace más de dos años comenzamos a impulsar iniciativas de este tipo. Así se conformó el Circuito de Ferias de la Economía Social y Solidaria de Tandil. En ese andar colectivo aprendimos que cada feria es un mensaje en sí mismo, un hecho cultural y comunicacional que sintetiza de un modo inmejorable lo que queremos decir cuando hablamos de una economía distinta.

En cada feria se pone en valor nuestra producción y cultura local. El encuentro de productor y consumidor nos permite conocer de dónde vienen y cómo fueron elaborados los productos que vamos a consumir. Pero sobre todo nos permite conocernos (y re-conocernos) y valorar las manos y las personas que los crearon.

Cada feria –además– nos obliga a resignificar la relación mercado-consumo predominante en el capitalismo, nos interpela a reflexionar sobre nuestro propio consumo y nos desafía a pensar cómo multiplicar estos otros tipos de intercambios. ¿Es lo mismo que los productos que consumimos sean realizados bajo relaciones equitativas, asociativas y cooperativas? ¿Da igual que esos productos sean elaborados cuidando el ambiente o no traigan carga residual de químicos? ¿Acaso no importa si un producto de nuestro consumo diario es extremadamente barato porque trae consigo relaciones de explotación sobre centenares de personas?

En definitiva, cada feria, en el marco de la economía social y solidaria, es una pequeña maqueta y una potente herramienta, a través de la cual podemos comunicarles a otros y otras cómo es esa sociedad que queremos y estamos construyendo.

* Licenciado en Comunicación Social. Coordinador del Programa de Economía Social y Solidaria de la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires (Unicen).

 

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