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Y COMUNICACION
Debates en
políticas de comunicación
Washington Uranga presenta un
libro de reciente aparición producido por investigadores del campo
comunicacional que recoge y despliega debates sobre políticas de comunicación
en América latina y otras partes del mundo.
Por Washington
Uranga
Lejos ya de los años setenta en
los que el concepto de políticas de comunicación se instaló en los escenarios
académicos y políticos, el tema se actualizó en los últimos tiempos,
particularmente en América latina, a partir de los procesos de democratización
impulsados por los gobiernos, por una parte, y por las organizaciones sociales,
en especial aquellas dedicadas prioritariamente al campo comunicacional. No se
trata, por cierto, de cuestiones de fácil resolución. Por el contrario, todo
planteo sobre políticas de comunicación desata polémicas, despierta
controversias, porque compromete intereses y juegos de poder, pero también
porque la cuestión entraña un alto grado de complejidad que alimenta las
perspectivas diversas, las aproximaciones desde distintos ángulos para buscar
respuestas ajenas al consignismo y a las simplificaciones.
Todas estas tramas se abordan en
un libro de reciente aparición titulado Siete debates nacionales en políticas
de comunicación. Actores, convergencia y tecnología, compilado por los
investigadores Guillermo Mastrini y Ornela Carboni, editado por la Universidad
Nacional de Quilmes y que cuenta con prólogo de Martín Becerra.
El trabajo colectivo (269
páginas) realizado por investigadores y maestrandos de la Maestría en
Industrias Culturales de la UNQ analiza los marcos regulatorios en comunicación
en el Reino Unido (C. Rodríguez, M. Taborda y E. Zabala), en Venezuela (M.
García, A. Murúa, A. Panozzo y C. Rotouno), en Estados Unidos (A. Bizberge, C.
Rodríguez Miranda, C. Fariña y L. Spinelli) y en México (F. Montesino, L. Vega,
R. Irimia y A. Baiza).
Bajo el título “El proceso de
regulación democrática de la comunicación en la Argentina”, los doctores
Guillermo Mastrini, Martín Becerra y Santiago Marino desarrollan un capítulo
dedicado al país, en particular en torno de la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual, en el que sostienen, entre otros conceptos, que la mencionada
norma “constituye un paso muy importante en el proceso de democratización de
los medios” pero “debe ser considerado un punto de partida”. Agregan, en el
mismo sentido, que “la consolidación de una política de comunicación (en la
Argentina) será consecuencia de la acción de los gobiernos (actual y futuros) y
de la participación intensa de la sociedad civil”.
Otros dos capítulos del libro
están dedicados a analizar el fenómeno de la televisión digital terrestre
(TDT). B. Califano, O. Carbone y C. Labate trabajan sobre “el fin de la cuenta
regresiva: el desembarco de la TDT en España” y A. Baccaro, A. Maglieri y N.
Manchini sobre “el proceso de implementación de la TDT en Brasil”.
El libro abre a un panorama de
discusiones sobre una cuestión que se vuelve central no sólo para los expertos
en comunicación, sino que es cada día más significativa para la política y para
los procesos democráticos en todas partes del mundo. “Hoy en día las políticas
de comunicación superaron el gueto de los especialistas para ser objeto de
discusión en los propios medios, que durante décadas se resistieron a hablar
sobre los criterios que rigen su funcionamiento, y sobre todo para ser tema de
debate en la sociedad”, sostiene Becerra. Y agrega que “los políticos parecen
haber vencido el tabú de hablar sobre los medios y la sociedad descree del mito
de la inmaculada concepción de los medios y las industrias culturales”.
Una constante que aparece a lo
largo de toda la obra, y más allá de las diferentes aristas de cada uno de los
capítulos, es que las políticas de comunicación, en el marco de la democracia y
como uno de los pilares de las políticas públicas, requieren de la acción
conjunta y articulada del Estado y de la sociedad civil. Y que es precisamente
a los actores no estatales a quienes les corresponde tener un papel sumamente
activo y protagónico para garantizar que dichas políticas contribuyan a “generar
sociedades más igualitarias y democráticas”, según se afirma en las
conclusiones de la obra. Aunque es evidente, como también se asevera, que el
aporte de la sociedad civil resultaría insuficiente para lograr el éxito del
proceso de democratización de las comunicaciones si no está “acompañado por la
decisión política de los gobiernos a fin de mediar entre los intereses privados
y los intereses ciudadanos”.
El libro reúne una serie de
aportes coherentes en la temática, diversos en los enfoques y complementarios
entre sí, que resultan de gran valor no sólo para los estudiosos de los temas
de la comunicación, sino para todos aquellos interesados en comprender los
procesos políticos y sociales atravesados hoy también por los debates de la
comunicación, las tecnologías, la cultura y las industrias culturales.
MEDIOS Y COMUNICACION
Melancolía a un click
Horacio Fiebelkorn analiza una
puesta teatral que arriesga el tenso diálogo entre el presente y lo que la web
nos dice que fue nuestra historia.
Por Horacio
Fiebelkorn *
La expansión a escala planetaria
y sin techo de Internet nos llevó a naturalizar algunas cosas que en otros años
hubiesen sido impensables.
Las más evidentes: discografías
completas a sólo un toque de mouse. Todos aquellos discos que por años
fisgoneamos en las bateas de vinilos o cedés, ahora están a nuestra entera
disposición gracias a algún usuario generoso que subió el material a algún
sitio de alojamiento on line. Las empresas disqueras no dejan de lamentar el
hecho de haber promovido un formato clonable y patalean frente a un fenómeno
que no pudieron prever y no pueden frenar.
Otro tanto pasa con las
películas: todo aquello que siempre quisimos ver en cine, VHS o DVD, ahora
espera ser descargado o visto on line. Los consumidores de “productos
culturales” estamos, al parecer, en la casa de caramelos de Hansel y Gretel,
donde todo es delicioso y comestible, al alcance de la mano y a cambio de nada.
Hay, sin embargo, otro aspecto,
más sutil, de lo que viene proponiendo la web, a través de YouTube.
Porque en los canales de video
está cada minuto de aquellos programas de tevé y aquellas películas con que se
fue armando nuestro mapa emocional, desde los tiempos de la tele en blanco y
negro. Así, podemos pasar horas chusmeando La dimensión desconocida, Los
jinetes de McKenzie, los gags de Pepe Biondi o Carlitos Balá o los avisos de
Sylvapen, Glostora o cualquier producto que antaño mereciera un spot de algunos
segundos.
Lo que en los ’90 propuso el
canal Volver, ahora está a un click de distancia, que nos trae capítulos
decisivos de nuestra educación sentimental. Porque cada fragmento de esa
memoria almacenada en la web nos derivará hacia escenas y personas de un pasado
que, como su nombre lo indica, no volverá, no traerá de vuelta a los ausentes y
no nos dará la chance de revertir las malas elecciones, las frustraciones, los
fracasos.
De este modo, pues, convivimos
–voluntariamente, ya que nadie nos obliga a nada– con voces e imágenes que nos
recuerdan todo el tiempo aquello que fuimos, aquellos sueños y expectativas
vitales.
Cuando ese pasado tan particular
como genérico interviene en el presente, la misma idea de “presente” o “futuro”
se vuelve difusa, amorfa, y se aproxima a una angustia autoinfligida: esa
información que nadie realmente necesita que le recuerden todo el tiempo
equivale al ritual de una persona que todos los santos días repasa las fotos de
su infancia.
El resultado de todo esto es la
“melancogarcha”, palabra con que la obra Lo que yo tuve, de Sabrina Osowski y
Gustavo Tarrío, y con dirección de este último, designa a esa elegía contra
natura, ese resultado de la fricción interactiva entre el presente y lo que la
web nos dice que fue nuestra historia.
El tema no deja margen para otra
cosa que una puesta audaz en la sala Abrancancha, partiendo del rescate de una
telecomedia de 1965, Las chicas, que se emitió por el 13. En ella, Violeta
Rivas, Estela Molly y Selva Alemán encarnaban a tres jóvenes que deseaban
triunfar en el mundo del arte escénico.
Frente a las imágenes del
programa, y entre bailes y canciones, va desplegándose la contracara de esos
sueños a través del relato de las protagonistas. Lo que yo tuve ya no está, lo
tuve y ya no.
Las chicas ya se hacía cargo en
su momento del anhelo de tantísimas personas por actuar, cantar y bailar en la
pantalla chica, y de sus obstáculos y complicaciones. Y Lo que yo tuve se
constituye en el negativo grotesco de lo que alguna vez fue “presente”,
utilizando además el espacio como lugar y herramienta de reflexión sobre el
tiempo.
Un “presente” intervenido
continuamente por imágenes del pasado se convierte en una vida poco vivible,
bajo la sombra cruel de la melancogarcha. Lo que yo tuve asume el riesgo de una
revisión implacable del transcurrir temporal, explorando esa tensión entre dos
conceptos distintos de “presente” que se encuentran en la época y en los
corazones de cada usuario de Internet, involucrada de forma irreversible en el
mundo material y emocional de las personas.
* Poeta y periodista.
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