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domingo, 28 de octubre de 2012

analisis de los dichos presidenciales

El discurso religioso de CFK posKirchner: "Que El me lo demande"

Al cumplirse hoy dos años de la muerte de Néstor Kirchner, un estudio pormenorizado de las palabras públicas emitidas por la Presidenta desde entonces refleja la nueva estrategia y su economía discursiva, con un vínculo directo con la trascendencia, como ejes centrales.

Por Juan Pablo Quiroga
27/10/12 - 01:57
El discurso religioso de CFK posKirchner: "Que El me lo demande"
La muerte del ex presidente Néstor Kirchner abrió un nuevo capítulo en la enunciación oficial, en eso que comúnmente suele denominarse “el relato”. Desde aquella primera aparición pública en las primeras horas de la noche del 1º de noviembre de 2010, asistimos a una interpelación en primera persona de una presidenta decidida a no ocultar su dolor y –por el mismo movimiento– transgredir las normas que regulan las expectativas de consumo del discurso político. Después de todo, el permanente recuerdo, siempre cargado de intensidad emotiva, de anécdotas familiares, así como la puesta en palabra de las emociones y el anecdotario familiar pasarían a confundirse con el Cuerpo de Estado mismo, en una trama donde no se distinguen las referencias personales de las políticas en un doble movimiento de subjetivación de lo político y politización de la vida privada.
Transgresión, por otra parte, fundada en la excepcionalidad: en la institución social del luto y en la politización de la vida personal y familiar. Después de todo, si bien no era extraña a la historia política argentina, menos aun a la del peronismo, la confusión e indistinción entre mujer, madre y cuerpo de Estado adquiría dimensiones inéditas.
Desde aquel día, el lugar de la enunciación quedaría sancionado por una mujer-presidenta profundamente emocionada; pero por sobre todo, una enunciadora con un fuerte ejercicio de la memoria. Memoria política, por un lado, memoria de gestión, pero –por sobre todo– memoria de vida que le permite fluidamente rememorar un tiempo caótico, previo a las transformaciones operadas por las construcciones de “El”, donde “construir” como “crear” adquirían un sentido profundamente trascendente, como incluso le reconocería tiempo después a su biógrafa Sandra Russo, a propósito del legado del ex presidente. (…)
Asimismo, este nuevo capítulo en el “discurso oficial” puso en primer plano un fuerte juego de referencias cruzadas con el campo religioso, cristalizado y organizado en torno a la presencia de una ausencia: el pronombre “El”. De manera progresiva, en los discursos presidenciales se irían autonomizando las referencias a Néstor Kirchner de cualquier acto de enunciación concreto. La necesidad de construcción y fundación del mito tiene como mandato de base la búsqueda por la indistinción de las referencias historiográficas concretas. Después de todo, como el Dios de Abraham que se le presentó a Moisés, El es el que es, en todos los mundos posibles. (…)
Pero la construcción mítica requeriría de –por lo menos– tres operaciones más llevadas de manera conjunta: una continuidad en la serie temporal, la pretensión de cierre y el reconocimiento social. Después de todo, como sostenía Levi-Strauss, el propósito último de este tipo de construcción es el de asegurar que el futuro permanecerá, pese a las incertidumbres del presente, fiel al presente y al pasado, en los términos más simples posible.
Estos dos primeros aspectos fueron, en mayor o menor medida, con suerte dispar y diversos niveles de sistematicidad, mencionados a propósito de la construcción del “Mito Kirchner” por referentes políticos, sociales y líderes de opinión. Pero el aspecto central estaba en la tercera operación: la construcción mítica debe poder manifestar cierta eficacia simbólica. Esto es, más allá de su presunto valor, o no, debía poder ser creído. (…)
Movilizar creencia es el fundamento mismo para que ese discurso adquiera “poder”. Después de todo, la eficacia en la interpelación no se define por una serie de propiedades en-sí, sino por el juego de sintonías que éste actualiza con tres dimensiones fundamentales de lo popular en América latina: a) lo religioso, sus figuras y modalidades de la discursividad; b) el melodrama como matriz narrativa y género discursivo que estructura el mundo del decir (y que en nuestro caso se corresponde con el drama familiar, político y personal de haber perdido un padre/ex presidente/marido); y c) la familia como objeto privilegiado de la representación de lo popular.
En una palabra, estas tres dimensiones (religión, familia y melodrama), constitutivas de las culturas populares de la región, entran en particular relación con la nueva propuesta enunciativa. (…)
Sin embargo, entre toda la serie de relaciones con lo religioso antes descriptas, el nuevo dispositivo de la enunciación oficial cayó preso de dos trampas,subsidiarias entre sí. Los rasgos discursivos que tendían a marcar la construcción de una enunciadora como fiel discípula y “administradora” del legado, como condición básica de su legitimidad, chocarían con la construcción de un lugar autónomo de ejercicio femenino del poder.
En una palabra, nos enfrentamos a una construcción que nos lleva a interrogarnos sobre cómo reconciliar un dispositivo enunciativo con una fuerte impronta de género pero que prescribe un lugar sancionado por el ser-elegido-por y el ser-enseñado-por otro.
El “corsé” que el interjuego con lo religioso impone intenta hacer inteligible ese designio (el de “haber-sido-elegido-por” o “educado-por”, como puede encontrarse en varios de los discursos) como algo positivo. Movimiento en el que expone –probablemente muy a su pesar– la segunda trampa: en el devenir de la discursividad todo ocurre como si la condición de ser de los pares depende del ser-menos de otros, como resultado de la expropiación simbólica. El ser más que la construcción mítica reclama se sustenta en su par complementario: el rol de “fiel discípula”. (…)
En un célebre libro, George Steiner argumentaba contra aquellos –entre los cuales identifica a Nietzsche– que consideraban que en el vocabulario y la gramática persisten metáforas vacías y figuras retóricas gastadas que hacen que los hombres y las mujeres “racionales” se refieran, en su habla diaria, a Dios. El mencionado autor sostenía que la apuesta por el significado es una apuesta a favor de la trascendencia: “Según esta conjetura, ‘Dios’ es, pero no porque nuestra gramática esté gastada, sino que, por el contrario, esta gramática vive y genera mundos porque existe la apuesta a favor de Dios”.
El nuevo dispositivo de enunciación oficial supone una apuesta en el mismo sentido. La retoma de las formas de la discursividad religiosa es una apuesta por fundar una nueva ecología política; un mito sensible a la subjetividad de aquello que la profesionalización de la política convirtió en naturaleza desencantada. En una palabra, tiene por objeto disputar los fundamentos de la denominada “nueva política”, a partir de hacer de la misma no materia muerta, sino sustancia activa, a la vez que –por el mismo movimiento– recrear las bases de legitimidad del nuevo enunciador-oficial en la era post-Kirchner.
Los símbolos de lo religioso, sus principios de visión y división del campo social, son convocados en rescate del tipo de discurso político cuyas instituciones (los partidos políticos, el Estado, etc.) se reconocen en crisis o –en el mejor de los casos– en proceso de reconstrucción.
Asimismo, las formas de la discursividad religiosa ofrecen una ayuda extra al discurso político: lo dotan de claridad lógica en momentos en que sus propios tropos y las instituciones que los sostienen son cuestionadas. El discurso religioso brinda una clara topología de sujetos y zonas sancionadas y prescriptas por fuerza moral. Le brindan un poder y una fuerza perdidos, a partir de dotarlo de claridad lógica en la definición de sus colectivos y de las entidades del imaginario político. (…)
Ahora bien, ¿es este dispositivo de enunciación el que vendrá a concluir el proyecto, invocarlo políticamente e incluso nombrarlo como tal, como se permite dudar Beatriz Sarlo? ¿Es esta construcción aquella llamada a profundizar y marcar la frontera entre propios y ajenos? ¿Aquella en la cual advendrá la unidad de demandas diferentes?
Es cierto, como denunciaban Laclau y Carta Abierta, que el kirchnerismo es un discurso sin sujeto político. Sin identidad consolidada, pese al avance, en los últimos años, de la pelea por la apropiación de sentido. No obstante, un dispositivo como el aquí descripto no puede avanzar en la constitución de un equivalente de múltiples demandas ni en la definición de las fronteras del campo popular. Sólo puede contentarse con la (re)constitución de las bases de legitimidad de un nuevo enunciador, tras la muerte de uno de sus principales referentes. Objetivo que no es menor, por cierto, siempre y cuando no se pierda de vista que los desafíos reales de cara al futuro estarán marcados por la necesidad no sólo de consagrar un nuevo Sujeto Político, sino también de pensar –de una vez por todas– el lugar autónomo del ejercicio femenino del poder. De pensar a Cristina, por Cristina.
Es cierto que fue la necesidad de cerrar filas tras los tristes hechos de hace ya dos años junto a la necesidad de legitimación como única sucesora la que derivó en esta construcción donde no sólo lo femenino quedaba subordinado en los mismos términos que la relación Maestro/discípula, sino que también se vio caracterizada por aquello que Sarlo identificara como el colapso de todos los lugares de enunciación y su corolario: “el unicato de la enunciación”.
Esto último debería ser la punta de discusión del nuevo kirchnerismo. El kirchnerismo de tercera generación debería plantearse de manera certera tanto la reconstitución de sus bases discursivas como la continuidad de su Iglesia, por seguir con la metáfora. Después de todo, como bien menciona Manuel Mora y Araujo en el prólogo del presente libro, el discurso de Cristina está construido con una textualidad y lógica argumental tan poco frecuente que es difícilmente transferible, al punto que no parece asomarse un Pedro que pueda proseguir el camino trazado por el profeta y levantar la Iglesia capaz de perdurar a través del tiempo. Tampoco parece haber unos apóstoles capaces de escribir los evangelios que podrían asegurar la continuidad del legado.
En este contexto, la reelección es tan sólo una consecuencia lógica.
(*) Licenciado en Comunicación Social (UBA) e investigador en medios y semiótica. Coautor, junto a la filósofa y teóloga Marcelo Bosch, del libro Que él me lo demande (Editorial Biblos).

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