Adherentes de la pagina

miércoles, 27 de abril de 2011

medios

MEDIOS Y COMUNICACION
Juana en la hoguera
Carolina Justo von Lurzer analiza críticamente el comportamiento de la televisión a raíz de la difusión de un video en el que se ve besándose a Juana Viale y Martín Lousteau.
Final del formulario
 Por Carolina Justo von Lurzer *
Los últimos días han transcurrido al calor del conflicto mediático desatado por el video en el que se ve a Juana Viale del Carril besándose con el ex ministro de Economía de la Nación Martín Lousteau.
Esa escena –de apenas dos minutos y medio– ha ocupado ya más de cinco días de programación televisiva en la que se ha visto desplegada, sin reparos, la pedagogía moral de los medios. ¿Queríamos educación sexual? Pues bien, hemos podido escuchar decenas de cronistas, conductores, “figuras” del espectáculo, y alguna persona de a pie, recordando las reglas básicas de la vida erótico-afectiva desde que el mundo es mundo.
Resulta imposible reproducirlas punto a punto, por lo que nos quedaremos caprichosamente con tres aspectos: los “códigos” de género; la responsabilidad “maternal” y el vínculo entre infidelidad e intimidad.
Muchas de las apreciaciones que se escucharon estos días tienen que ver con los comportamientos esperables y deseables de mujeres y varones en el contexto de una pareja, y en particular en una situación como ésta (de flagrante traición, que quede claro). Al ex ministro le gustan las chicas del ambiente, lo sabemos, pero no lo vamos a condenar por eso sino por no tener “códigos”. Entre machos no se birla la mina. Las mujeres que están en pareja, están automáticamente marcadas (como árbol por un can) y, lo quieran o no, deben transformarse en intocables para el resto de los mortales. Lousteau olvidó este detalle y la comunidad toda espera ansiosa el momento en el que sea retado a duelo por Manguera, a quien los medios en conjunto alientan a mostrar que él sí tiene códigos y sabe que debe buscar al ex ministro y desfigurarle la cara (y aclaro que la utilización de los términos no es fortuita sino pura reproducción de lo visto, oído y leído en estos días, incluso más sutil). Este hombre debe vengar su honor mancillado y, para que nos quedemos expectantes, se nos aclara que ya mandó retirar “su camioneta, sus dos perros y un bolso lleno de cosas” del hogar conyugal.
Mientras tanto, esta televisión que parece ya no reconocer sus linajes y va incluso contra la familia real, quema viva a la “Malparida” porque encima de casquivana, está embarazada. ¿Cómo no haber comprendido que ahora está doblemente marcada? Porque lo que se ha puesto en cuestión no es su idoneidad como madre (esperemos, ya llegará) sino el hecho de ser (y desear) algo más que el continente de esa vida que entraña. ¿Qué peculiar autonomía es ésa? Paren las rotativas. Gracias a Dios, “el niño por nacer” no puede ver lo que hace la madre, ni lo que dicen los cronistas sobre ello.
Sobre este “no ver” estriba el tercer aspecto que queremos destacar. La televisión ha mostrado con honestidad la hipocresía social. Porque el mayor problema aquí no radica en la –repitámoslo fuerte y claro– flagrante traición sino en que sea pública. Podríamos intentar el camino del derecho a la intimidad sin mayor suerte. No porque, como esgrimen a su favor los paparazzi, los tortolitos estaban en un lugar público sino porque habría que pensar cuáles son los espacios de intimidad posibles en el contexto de la industria del chimento y la telerrealidad, si –precisamente– ambas se nutren del traspaso (y la construcción) de las fronteras de lo cotidiano y lo íntimo. Incluso, en términos más pragmáticos, cuando los juzgados, los laboratorios, los hoteles y los puestos de panchos tienen sus informantes clave, ¿en qué lugar estaban pensando los periodistas que los traidores fueran a hacer la chanchada? No sabemos, pero que se esfuercen por pensar porque nosotros no queremos andar viendo sus trapos sucios. Corrección: queremos ver sus trapos y cuanto más sucios, mejor, para poder regodearnos; ahí sí, como los chanchos, en el barro de la mundanidad más visceral (porque el deseo prohibido es visceral, por supuesto, el corazón sólo bombea sangre y el alma ya sabemos que no existe). Es que, veamos, todo el problema se reduce a qué hacemos con la mitad inferior del cuerpo. Las vísceras, los genitales y el útero están muy cerca, pero pertenecen a órdenes distintos; a no confundir.
Todas y todos hemos experimentado, por acción, omisión, transgresión y especialmente por educación, los límites de la heteronormatividad y en particular los de la monogamia. No está de más que nos los recuerden de cuando en cuando, sobre todo en estos tiempos en los que el matrimonio es igualitario y ahora venimos por el aborto.
Dos minutos y medio de charla y besuqueo no sorprenden a nadie y, sin embargo, logran horas de pantalla y altísimos índices de audiencia. Habrá tal vez otros aspectos, ya no vinculados estrictamente con lo erótico-afectivo, que se ponen en juego en la fruición del escándalo. La burla y el señalamiento público del “desviado” nos acompañan desde tiempos inmemoriales, pero hace dos décadas que la televisión hizo de ello una industria. ¿Habría que esperar más? Incluso, ¿habría que pedirle más? Creemos que sí. Porque los medios masivos de comunicación tienen una responsabilidad pública respecto de los sentidos sociales que ponen en circulación. Lo que cada uno de nosotras y nosotros opine sobre el beso en cuestión, sobre la infidelidad en general o sobre los límites de la intimidad, es radicalmente diferente de aquello que es presentado a consideración pública en un medio masivo de comunicación. Y por supuesto que tienen puntos de contacto, de otro modo serían sentidos inverosímiles, poco efectivos y para nada rentables. Son sentidos radicalmente diferentes, entre otras cuestiones, por la escala a la que son difundidos y por el estatuto de verdad que comportan.
La televisión “muestra la realidad” y dice “lo que piensa la gente”. Con más razón habrá que continuar demandando que las realidades sean múltiples y la gente, diversa. ¡Mierda, carajo!
* Magíster en Comunicación y Cultura (UBA-Conicet).
Compartir: 
   
 MEDIOS Y COMUNICACION
Paka Paka y los tipos
Ricardo Haye retoma, desde la perspectiva de la diversificación de señales y contenidos, el debate sobre la negativa de algunos operadores de cable a incluir Paka Paka en la grilla.
Final del formulario
 Por Ricardo Haye *
Desde Roca, Río Negro
El tipo anda ahora por los 40 años. Es uno de los que vociferan contra los cortes en las calles, se queja de los inmigrantes de países vecinos y exige a los gritos “seguridad” y “orden”. Más o menos cuando tenía cinco años, el cuento de Elsa Bornemann “Un elefante ocupa mucho espacio” recibía el Premio Internacional Hans Christian Andersen, pero el tipo no se enteró.
En ese tiempo, el gobierno argentino había sido asaltado por una turba brutal que prohibió el libro y secuestró la edición argumentando que la historia de unos animales que se declaraban en huelga tenía “una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria a la tarea de captación ideológica del accionar subversivo”.
En realidad, lo que el tipo jamás llegó a saber es que la censura obedecía a que el relato pregonaba valores como la libertad, la solidaridad o la justicia, los que –ya se sabe– resultan extremadamente peligrosos para el pensamiento autoritario.
A aquel chico que fue tampoco le dejaron leer El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, porque alentaba en los niños una “ilimitada fantasía”. Por eso, el tipo vive hoy en una reducida realidad. En ese limitado contexto suyo, los piqueteros son vagos, los bolivianos vienen a sacarnos el trabajo y a los chorros primero hay que dispararles y después preguntarles.
Así vive y piensa el tipo que fue niño hace más de tres décadas, cuando la bestialidad del gobierno de facto llegó incluso a ir a buscar a “los subversivos” en los jardines de infantes.
Probablemente el tipo tampoco lo sepa pero, para dar sustento a esas pesquisas, el Ministerio de Educación de la Nación emitió la resolución “Subversión en el ámbito escolar. Conozcamos a nuestro enemigo”, entre cuyos objetivos figuraba el de detectar a “los niños revoltosos” que concurrían a instituciones preescolares.
Seguro que el tipo no se anotó en ninguna de las movidas populares que reclaman la inclusión del canal Paka Paka en todas las grillas de programación de las empresas de televisión por cable.
Tal vez la persistencia con que Cablevisión resiste el mandato legal en ese sentido sea el producto de convicciones similares a las que inspiraron aquellos adefesios normativos del pasado.
Semejante tozudez parece resultar funcional al propósito de edificar una sociedad de “tipos” como el que viene enhebrando este texto. Afortunadamente hay muchas otras personas que, aun compartiendo la misma generación que este sujeto, poseen una cosmovisión diferente de la suya.
De todos modos, para no clausurar la fantasía de los niños de hoy, para que encuentren cauce valores como los que proponía aquel cuento protagonizado por un elefante y para que dentro de cuarenta años no tenga que escribirse una columna acerca de ningún “tipo”, conviene que insistamos con la diversificación de señales y contenidos.
Y que lo hagamos con puntillosa precisión: “diversificar” es mucho más significativo que “ampliar” porque se refiere a la cualificación de las propuestas. Que en lugar de 60 señales pasemos a tener acceso a 500 tiene poco sentido si todas ellas están consagradas a la reiteración de una letanía.
Paka Paka o el canal del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) merecerán la consideración de quienes proclaman su derecho a verlos en tanto promuevan sentidos y valores y fomenten nuestro ascenso de meros “tipos” a mejores personas.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

No hay comentarios: