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jueves, 19 de noviembre de 2009

De adlatina

ARGENTINA EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
El diario de ayer
En su artículo de hoy, el columnista de adlatina ironiza sobre las bondades del diario de ayer, que permitiría leer sin ansiedades cosas que tienen la virtud de haber pasado.
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Muchos se ilusionan con el diario de mañana. Con las noticias que aún no han sucedido. Yo confieso, modestamente, que prefiero el diario de ayer.
Tiene sus ventajas, créanme; lo pude comprobar recientemente, cuando los camioneros de Moyano impidieron la salida de los matutinos y mi ejemplar del diario llegó a casa tarde, cuando ya había desayunado. Esto de desayunar con un ojo en las noticias es un hábito dañino que, según las estadísticas, provocó la suba del consumo de ansiolíticos, digestivos y otras yerbas.
Pero quiero ser sincero y confesar que de lo que no me puedo abstener temprano por la mañana es no sólo la lectura del diario, sino de la lectura de cualquier cosa impresa, una revista, un libro, un folleto, algo en que entretener la vista. En esa ocasión, recurrí al diario de ayer. ¿Cómo no me había dado cuenta? Como objeto es similar al del día, pero ¡cuánta diferencia a su favor!
Una terapia para afrontar lo que nos está pasando consiste en viajar cientos, miles de kilómetros, para tomar distancia no de los diarios sino de los hechos, pero yo acabo de descubrír que, pasando del avión al reloj, basta con 24 horas, atajo que además es mucho más cómodo y barato.
Un día menos es suficiente para tener la confortable sensación de que todo lo malo que volvemos a leer pasó ayer, que quizá algo se resolvió, o al menos que leído al día siguiente nos importa menos.
Lástima que el diario de ayer, si no lo conservamos, debemos pagarlo algo más que el del día, porque las editoriales no hacen ningún descuento como las tiendas sobre la ropa de la estación vencida, o por vencer. O como los panaderos, que antes, mucho antes, cobraban la mitad por las medialunas de la víspera.
Un buen lector del diario de ayer aprende que debe prestar poca atención a las noticias y concentrarse en los artículos de fondo, esos que asimilan los diarios a las revistas. Ese material gana con el tiempo, como los buenos vinos, y no se contagia de la ansiedad del contexto. En cambio, volver sobre esos verdaderos ensayos, llenos de ideas y de palabras bien puestas, firmados por Vargas Llosa, Botana, Aguinis, Sarlo, Kovladoff y otras grandes plumas, es un placer que sólo el diario de ayer permite saborear de nuevo y sin apuro.
A estas alturas, algún aguafiestas preguntará maliciosamente por los anuncios. Ningún problema; la lectura de la edición anterior actuará como control de calidad, porque sólo las mejores piezas resistirán una segunda mirada. ¿Y la publicidad apremiante con ofertas que hoy representa una buena proporción de los anuncios de bancos, compañías de seguros, celulares, indumentaria y una gran variedad de productos?
En este caso, posponer su lectura nos pondría a salvo de compras compulsivas, y podremos así ahorrar no sólo el 25% de descuento, sino el 75% del gasto total.
En esta época exageradamente acelerada hay una sensata tendencia a rescatar las delicias de la lentitud. Incluso vi una campaña publicitaria que recomienda volver a ser lentos. Pero en ningún lado escucho hablar de que el diario de ayer es un buen recurso para lograrlo.Un poco más en serio: el diario de ayer se parece más al de cuatro o cinco décadas atrás, cuando se lo calificaba de reconfortante “baño caliente” al comenzar el día en una época en que la dura realidad, que los diarios sólo reflejan, era mucho más apacible. Las noticias que ahora nos atormentan cotidianamente dejarán de serlo sólo si los funcionarios que pagamos para hacerlo enfrentan los hechos, pero quizá tranquilice un poco a los más ansiosos, como yo, enterarse al día siguiente.

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