Dossiers
ISSN 2014-1475Entre la salud y el estereotipo: El discurso mediático de la alimentación y el culto al cuerpo
Universitat Pompeu Fabra
La primavera del 2010, el panorama publicitario español se despertó con turbulencias: el Congreso de los Diputados aprobó la Ley General de la Comunicación Audiovisual, una serie de disposiciones de entre las que destacaba la prohibición de emitir anuncios televisivos que promovieran el culto al cuerpo en el denominado horario de protección infantil, de las seis de la mañana a las diez de la noche. A partir de ese momento, con el objetivo de combatir enfermedades multicausales vinculadas a la obsesión corporal -especialmente entre las audiencias infantiles- , cualquier producto capaz de suscitar el "rechazo de la autoimagen", de incitar a la marginación social "por la condición física" o al éxito por "factores de peso o estética" fue automáticamente apartado de la mencionada franja horaria, con el consecuente impacto económico de la medida entre los anunciantes.
Más allá de la importancia del hecho lo cierto es que la nueva legislación audiovisual estigmatizaba, por así decirlo, un número limitado de productos - a grosso modo belleza, higiene y adelgazantes-, incluyéndolos dentro de la categoría de "culto al cuerpo" obviando otros que, dadas sus características tenían motivos más que consistentes para ser considerados como tales. De esa manera, los denominados Light, aquellas marcas deportivas que cimientan su retórica publicitaria, precisamente, en el culto al cuerpo o , por ejemplo, las bebidas que, como el té, articulan su proposición de venta alrededor de la idea de refrescarse sin excederse en el número de calorías, quedaron al margen de una ley que insiste en preocuparse por la vinculación entre el discurso audiovisual y los Trastornos del Comportamiento Alimentario.
En los últimos diez años, las patologías alimentarias asociadas a la obsesión por el culto al cuerpo han experimentado en España una alarmante evolución. Durante el pasado 2010, tres de cada cien adolescentes fueron diagnosticadas por anorexia o bulimia nerviosa. Esta cifra, sin embargo, resulta poco relevante en comparación con el espectacular incremento que han alcanzado en los últimos años los llamados Trastornos del Comportamiento Alimentario No especificado (TCANE): de la existencia puntual de algunos casos, se ha pasado a un creciente 6%. El hecho de vivir permanentemente a dieta sin llegar a restringir completamente la alimentación, los denominados “atracones” sin procesos purgativos posteriores, el rechazo sistemático a la mayoría de los alimentos o el miedo intenso a ganar peso en el transcurso de un embarazo son, entre otros, algunos de los síntomas que caracterizan a las enfermedades agrupadas bajo ese concepto.
A pesar de no estar incluidos en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-IV), clasificación de referencia para esta clase de patologías, lo cierto es que existe una serie de trastornos vinculados al culto al cuerpo que la comunidad científica señala como “preocupantes” , precisamente porque, en la mayoría de los casos, se inician bajo el pretexto de la salud. De esa manera, la Vigorexia u obsesión por conseguir un cuerpo musculado, la potomanía o ingesta compulsiva de agua con objetivos purgativos o la Ortorexia o inquietud obsesiva por la alimentación supuestamente sana, entre otros, se han revelado en los últimos años como alteraciones psíquicas con un claro componente estético.
La creciente tendencia en cuanto al diagnóstico de las mencionadas enfermedades ha despertado una vez más la voz de la opinión pública, que no ha dudado en señalar con dedo acusador la presión ejercida desde los medios de comunicación en cuanto a la trasmisión de estereotipos. Sin embargo, ¿hasta que punto puede hablarse de una influencia, o simplemente, de una cierta relación entre el discurso mediático y la obsesión por el cuerpo?, ¿Es en realidad tan contundente ese alegato en pos de una belleza que asume como obvio el peaje de la delgadez?; si los desórdenes alimentarios están tan estrechamente relacionados con los patrones físicos difundidos por los medios de comunicación, ¿cabe pensar que una ley audiovisual que restringe la promoción televisiva de determinados productos contribuirá al descenso de este tipo de patologías?.
Resulta difícil señalar trazar una línea que delimite la difusa frontera entre la salud alimentaria y el estereotipo en el discurso generado por los medios de comunicación.
Con ese objetivo, Díaz Rojo et al.(2006) diferencian claramente entre cuidado, cultivo y culto al cuerpo. Según los autores, el cuidado del cuerpo lo forman las actividades para mantener el cuerpo sano y en forma, con el objetivo de vivir más y mejor, sin importar demasiado la imagen. El cultivo del cuerpo, en cambio, es la dedicación “esmerada y equilibrada al mantenimiento del cuerpo, con preocupación por la salud y la imagen, aunque sin obsesión”. El culto al cuerpo, tal como concluyen sin excepciones, “es una tiranía, porque esclaviza al ser humano”.
Aunque, semánticamente, el discurso del culto al cuerpo es obvio, lo cierto es que toda esa evidencia se vuelve obtusa cuando se disfraza bajo la prédica de la salud, con todas las connotaciones que el concepto de “salud” comporta. Actualmente, lo saludable es sinónimo de la delgadez, de juventud, de belleza…en definitiva, de la obsesión por el canon estético imperante. De esta manera, tal como asevera Carrillo (2011), “En general, cuando se asume la preocupación por la estética y el culto al cuerpo como un valor positivo, la delgadez se convierte en el principal objetivo a conseguir y el modelo corporal a imitar. Mientras que estar delgado significa triunfo y autocontrol, estar gordo implica sentimientos negativos y falta de autoestima”.
No hay lugar para cuerpos rotundos en la cultura de masas: la práctica compulsiva del deporte, la dictadura de la talla, la ingesta de complejos vitamínicos que deben darnos energía para seguir con una actividad frenética, el consumo de productos saciantes que limitan la sensación de hambre o la sencillez con la que se alude a determinadas intervenciones estéticas salpican los medios de comunicación hasta el punto de saturarlos. En ese sentido, un estudio realizado por la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) y la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEO) alerta de que un 51% de la población española se sometió a dieta sin pasar por un asesoramiento médico, utilizando incluso métodos que ponían en riesgo su salud. El mismo estudio pone de manifiesto como un 92% de las personas está dispuesto a utilizar la misma dieta que le ha funcionado a alguien conocido.
En clara relación a esos porcentajes, cabe destacar que la venta de productos dietéticos en España durante 2010 superó los 110 millones de Euros; cifra que no incluye los llamados Light, ni los productos de parafarmacia destinados a adelgazar, entre muchos otros, sino simplemente aquellos que se venden en establecimientos especiales.
Más allá de ese estereotipo físico alimentado por los focos mediáticos, España acoge otra realidad diametralmente opuesta: la de ser el segundo país europeo en obesidad mórbida infantil y sobrepeso –un 30% - y el séptimo en cuanto a población adulta- un 15% tiene obesidad y casi un 40% sobrepeso-.
En este punto, la duda alrededor del papel de los medios de comunicación en esa cultura del cuerpo perfecto vuelve a aparecer feroz e implacable: si el porcentaje de obesidad en España es tan elevado ¿dónde queda el impacto de ese modelo corporal de extrema delgadez enaltecido por los media?¿El crecimiento de los trastornos alimentarios restrictivos están realmente tan relacionados con la comunicación de masas o simplemente existe una necesidad imperiosa de buscar un culpable?
A pesar de que el debate alrededor de esas cuestiones aún no ha llegado a un punto y final, la demonización del sobrepeso, junto a la omnipresencia de un estereotipo corporal sujeto a la dictadura de las tallas 30 y del músculo excesivo, contribuye a la creación de un círculo vicioso que gira alrededor de la idea del éxito basado en un físico acorde a los cánones del momento.
Coincidiendo con la llegada del buen tiempo los gimnasios se llenan hasta la saturación; los laboratorios farmacéuticos publicitan cremas reductoras, pastillas adelgazantes y métodos infalibles para perder peso durante las horas de sueño; los televisores se alimentan de anuncios de productos bajos en calorías; las revistas, de modelos, presentadoras o actores de cuerpos imposibles; los periódicos, de noticias sobre la obsesión por perder peso e internet es un campo indefectiblemente abonado por el photoshop que, en tanto que bisturí virtual, recorta excesos i alisa arrugas. Engordar, adelgazar, engordar, adelgazar (…). Todo es cíclico y aparentemente inalterable. Un año más, al llegar la primavera, la humanidad ha declarado la guerra a su cuerpo.
Más allá de la sonrisa que puede provocar la operación de acoso y derribo al temido michelín, hay una realidad dramática: la de miles de personas que, día tras día, pierden salud y dinero en ese intento desesperado por conseguir el “cuerpo perfecto”.
Ya en la cúspide de su proyección internacional, Salvador Dalí al ser preguntado por el tono irreverente de algunas de sus obras, respondió lo siguiente: “La estética antes que todo y la ética, la voy mejorando”.
Casi medio siglo después, más allá del arte, la estética sigue anteponiéndose a la ética, sólo que ésta última no mejora, especialmente en lo que refiere a la salud y a la belleza. La frontera entre el culto y el cuidado corporal hace tiempo que desapareció en la búsqueda implacable de beneficios económicos. En pleno siglo XXI, el hombre del saco se llama sobrepeso y el cuerpo - tal como auguró el psiquiatra Josep Toro hace más de una década- se ha convertido en delito, en algo reprobable y digno de ser castigado y mutilado de su propia identidad, con el único objetivo de ajustarse al cánon impuesto por la industria del culto estético.
En los últimos diez años, las patologías alimentarias asociadas a la obsesión por el culto al cuerpo han experimentado en España una alarmante evolución. Durante el pasado 2010, tres de cada cien adolescentes fueron diagnosticadas por anorexia o bulimia nerviosa. Esta cifra, sin embargo, resulta poco relevante en comparación con el espectacular incremento que han alcanzado en los últimos años los llamados Trastornos del Comportamiento Alimentario No especificado (TCANE): de la existencia puntual de algunos casos, se ha pasado a un creciente 6%. El hecho de vivir permanentemente a dieta sin llegar a restringir completamente la alimentación, los denominados “atracones” sin procesos purgativos posteriores, el rechazo sistemático a la mayoría de los alimentos o el miedo intenso a ganar peso en el transcurso de un embarazo son, entre otros, algunos de los síntomas que caracterizan a las enfermedades agrupadas bajo ese concepto.
A pesar de no estar incluidos en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-IV), clasificación de referencia para esta clase de patologías, lo cierto es que existe una serie de trastornos vinculados al culto al cuerpo que la comunidad científica señala como “preocupantes” , precisamente porque, en la mayoría de los casos, se inician bajo el pretexto de la salud. De esa manera, la Vigorexia u obsesión por conseguir un cuerpo musculado, la potomanía o ingesta compulsiva de agua con objetivos purgativos o la Ortorexia o inquietud obsesiva por la alimentación supuestamente sana, entre otros, se han revelado en los últimos años como alteraciones psíquicas con un claro componente estético.
La creciente tendencia en cuanto al diagnóstico de las mencionadas enfermedades ha despertado una vez más la voz de la opinión pública, que no ha dudado en señalar con dedo acusador la presión ejercida desde los medios de comunicación en cuanto a la trasmisión de estereotipos. Sin embargo, ¿hasta que punto puede hablarse de una influencia, o simplemente, de una cierta relación entre el discurso mediático y la obsesión por el cuerpo?, ¿Es en realidad tan contundente ese alegato en pos de una belleza que asume como obvio el peaje de la delgadez?; si los desórdenes alimentarios están tan estrechamente relacionados con los patrones físicos difundidos por los medios de comunicación, ¿cabe pensar que una ley audiovisual que restringe la promoción televisiva de determinados productos contribuirá al descenso de este tipo de patologías?.
Resulta difícil señalar trazar una línea que delimite la difusa frontera entre la salud alimentaria y el estereotipo en el discurso generado por los medios de comunicación.
Con ese objetivo, Díaz Rojo et al.(2006) diferencian claramente entre cuidado, cultivo y culto al cuerpo. Según los autores, el cuidado del cuerpo lo forman las actividades para mantener el cuerpo sano y en forma, con el objetivo de vivir más y mejor, sin importar demasiado la imagen. El cultivo del cuerpo, en cambio, es la dedicación “esmerada y equilibrada al mantenimiento del cuerpo, con preocupación por la salud y la imagen, aunque sin obsesión”. El culto al cuerpo, tal como concluyen sin excepciones, “es una tiranía, porque esclaviza al ser humano”.
Aunque, semánticamente, el discurso del culto al cuerpo es obvio, lo cierto es que toda esa evidencia se vuelve obtusa cuando se disfraza bajo la prédica de la salud, con todas las connotaciones que el concepto de “salud” comporta. Actualmente, lo saludable es sinónimo de la delgadez, de juventud, de belleza…en definitiva, de la obsesión por el canon estético imperante. De esta manera, tal como asevera Carrillo (2011), “En general, cuando se asume la preocupación por la estética y el culto al cuerpo como un valor positivo, la delgadez se convierte en el principal objetivo a conseguir y el modelo corporal a imitar. Mientras que estar delgado significa triunfo y autocontrol, estar gordo implica sentimientos negativos y falta de autoestima”.
No hay lugar para cuerpos rotundos en la cultura de masas: la práctica compulsiva del deporte, la dictadura de la talla, la ingesta de complejos vitamínicos que deben darnos energía para seguir con una actividad frenética, el consumo de productos saciantes que limitan la sensación de hambre o la sencillez con la que se alude a determinadas intervenciones estéticas salpican los medios de comunicación hasta el punto de saturarlos. En ese sentido, un estudio realizado por la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) y la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEO) alerta de que un 51% de la población española se sometió a dieta sin pasar por un asesoramiento médico, utilizando incluso métodos que ponían en riesgo su salud. El mismo estudio pone de manifiesto como un 92% de las personas está dispuesto a utilizar la misma dieta que le ha funcionado a alguien conocido.
En clara relación a esos porcentajes, cabe destacar que la venta de productos dietéticos en España durante 2010 superó los 110 millones de Euros; cifra que no incluye los llamados Light, ni los productos de parafarmacia destinados a adelgazar, entre muchos otros, sino simplemente aquellos que se venden en establecimientos especiales.
Más allá de ese estereotipo físico alimentado por los focos mediáticos, España acoge otra realidad diametralmente opuesta: la de ser el segundo país europeo en obesidad mórbida infantil y sobrepeso –un 30% - y el séptimo en cuanto a población adulta- un 15% tiene obesidad y casi un 40% sobrepeso-.
En este punto, la duda alrededor del papel de los medios de comunicación en esa cultura del cuerpo perfecto vuelve a aparecer feroz e implacable: si el porcentaje de obesidad en España es tan elevado ¿dónde queda el impacto de ese modelo corporal de extrema delgadez enaltecido por los media?¿El crecimiento de los trastornos alimentarios restrictivos están realmente tan relacionados con la comunicación de masas o simplemente existe una necesidad imperiosa de buscar un culpable?
A pesar de que el debate alrededor de esas cuestiones aún no ha llegado a un punto y final, la demonización del sobrepeso, junto a la omnipresencia de un estereotipo corporal sujeto a la dictadura de las tallas 30 y del músculo excesivo, contribuye a la creación de un círculo vicioso que gira alrededor de la idea del éxito basado en un físico acorde a los cánones del momento.
Coincidiendo con la llegada del buen tiempo los gimnasios se llenan hasta la saturación; los laboratorios farmacéuticos publicitan cremas reductoras, pastillas adelgazantes y métodos infalibles para perder peso durante las horas de sueño; los televisores se alimentan de anuncios de productos bajos en calorías; las revistas, de modelos, presentadoras o actores de cuerpos imposibles; los periódicos, de noticias sobre la obsesión por perder peso e internet es un campo indefectiblemente abonado por el photoshop que, en tanto que bisturí virtual, recorta excesos i alisa arrugas. Engordar, adelgazar, engordar, adelgazar (…). Todo es cíclico y aparentemente inalterable. Un año más, al llegar la primavera, la humanidad ha declarado la guerra a su cuerpo.
Más allá de la sonrisa que puede provocar la operación de acoso y derribo al temido michelín, hay una realidad dramática: la de miles de personas que, día tras día, pierden salud y dinero en ese intento desesperado por conseguir el “cuerpo perfecto”.
Ya en la cúspide de su proyección internacional, Salvador Dalí al ser preguntado por el tono irreverente de algunas de sus obras, respondió lo siguiente: “La estética antes que todo y la ética, la voy mejorando”.
Casi medio siglo después, más allá del arte, la estética sigue anteponiéndose a la ética, sólo que ésta última no mejora, especialmente en lo que refiere a la salud y a la belleza. La frontera entre el culto y el cuidado corporal hace tiempo que desapareció en la búsqueda implacable de beneficios económicos. En pleno siglo XXI, el hombre del saco se llama sobrepeso y el cuerpo - tal como auguró el psiquiatra Josep Toro hace más de una década- se ha convertido en delito, en algo reprobable y digno de ser castigado y mutilado de su propia identidad, con el único objetivo de ajustarse al cánon impuesto por la industria del culto estético.
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