domingo, 15 de mayo de 2011

del blog señal de ajuste

Senal de ajuste

El Medioevo, furor en la TV norteamericana

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No es muy complicado seguir las tendencias en la TV. Bastante más difícil es poder analizarlas, porque muchas de ellas son tentadoramente cercanas al efecto contagio de una gripe común: a un productor se le ocurre una idea, la vende muy bien, consigue buenos actores y otro productor dice “Epa, esto suena bueno, ¿qué tenemos parecido?” y hace otro tanto y aquí estamos.
Ahora, “la” tendencia en la TV norteamericana, aunque parezca ridículo, es la Edad Media. Y hablamos de un Medioevo de la pantalla, así que sus coordenadas temporales son más bien confusas, por no decir ridículas. El fenómeno sí tiene una arista interesante, casi política digamos, centrada cuál es el distanciamiento necesario (en siglos) para poder interpelar a lo que tranquilamente la TV califica de sociedad decadente de nuestros días.
No hay espacio para idealismos ni para colectivos abnegados ni para pensamientos del bien común en dos de las mayores apuestas (en términos de producción y alcance de su historia) del cable norteamericano, Los Borgia (ya comprada por I.Sat) y Camelot. Sólo la posibilidad del poder absoluto y su consiguiente corrupción completa. Lo demás, son sólo decorados, y sus vidas, meros extras.
Por supuesto que ambas series tienen diferencias, y muchas, aunque detrás de ambas se encuentra la mano y la pluma de Michael Hirst, creador de Los Tudor y visionario a la hora de pensar cómo el género humano y sus pasiones permanecen incólumes a lo largo de los siglos (en una entrevista reciente, me confirmó que había abandonado ambos proyectos por las diferencias.

En Los Borgia, quizá la más redonda de las dos, todas las virtudes se llaman Jeremy Irons, que ataca el papel de Rodrigo Borgia (el papa Alejandro VI), con un entusiasmo y un respeto que hacen brillar el desbordante relato que creó Neil Jordan para la pantalla chica. Y toda la ampulosidad visual y meticulosa reconstrucción –incluyendo unos bien feos efectos visuales– del Vaticano del siglo XV, donde esta familia de extranjeros españoles logra llegar a la cima del poder temporal y religioso por cualquier medio disponible (y créanme que son muchos), palidece frente al cambiante retrato de Irons de un hombre fascinante, repulsivo y digno de lástima, atrapado por sus debilidades y amo de las de los demás, que finalmente descubre tener una conciencia cuando menos la necesita.
Es un personaje memorable y el sólido elenco que lo acompaña (Joanne Whalley como la astuta pero muy humana madre de sus hijos, Derek Jacobi como un cardenal rival) no hace más que poner de relieve la humanidad de un personaje hace mucho relegado a una caricatura de la historia.


En Camelot, el nuevo intento de Starz (la señal a la que debemos también la “reveladora” Spartacus: Blood and Sand, cuya prequel, Gods of the Arena, llegará pronto por MovieCity) por reescribir los tiempos pretéritos como softcore, también podemos descubrir que el villano de facto supera con creces a la historia en la que está envuelta. En este caso, la serie es recomendable en tanto y en cuanto la francesa Eva Green (Casino Royale, Los soñadores) esté en pantalla en esta versión aggiornada cosméticamente del mito artúrico, donde Green es una vívida Morgan Le Fay, la medio hermana del rey pasado y futuro (a cargo de un ligerísimo Jamie Campbell Bower, de Crepúsculo).
Dispuesta a todo con tal de quedarse con un trono que –seamos sinceros– le pertenece, Le Fay no duda de volcarse a las artes oscuras (“En el convento aprendí muchas cosas”, dice en el comienzo) para reterlo pero al hacerlo, preserva la suficiente humanidad como para darse cuenta que su rival no es competencia fácil, sino una suerte de mellizo opuesto donde la magia reside en la luminosidad de su inocencia (a todo esto, el Merlín de Joseph Fiennes es un enigma, por no decir una página en blanco), que hay que preservar hasta el último recurso. Es decir, hasta que se interponga en su camino.
Para los fanáticos de Roma, ese verdadero manual de estilo de cómo se hace relevante políticamente un drama histórico (me cuento entre sus filas, claro), Camelot tiene el aliciente de recobrar su Marco Antonio en una versión bastante más perversa – James Purefoy se divierte y hace divertir, con una ceja enarcada– como el rey Lot, que se alía con Morgan en su intento de alcanzar el trono. Más allá de la reescritura de género, que aquí está sólo sugerida como contrapunto de compromiso a la cuestión patriarcal predominante (pero que era el centro de Las nieblas de Avalon, ¿se acuerdan? con Julianna Margulies y Angelica Huston) poco más que el carisma de Green brilla en el reino de Bretaña.

La tercera pata de esta tendencia es, por supuesto, Game of Thrones, la serie sobre las novelas de GRR Martin que está ambientada en un mundo medieval alternativo, aunque sus intrigas de poder, según el autor, siguen los hechos de la Guerra de las Rosas británica (y Los pilares de la tierra, sobre la novela de Ken Follett, inédita aquí, y a punto de tener una continuación)
A poco de comenzar en los Estados Unidos (en mayo próximo aquí), las críticas que comienzan a aparecer son tan auspiciosas como para hacer desesperar a quienes leímos los libros y confiamos en que los personajes serán tan memorables en pantalla como lo son en el papel, llenos de flaquezas y necesidades, pero memorables al fin en todas sus tragedias y aprendizajes tardío. El fin de semana se vio un preview de la serie de 15 minutos, en HBO USA, que si alguien pudo verlo, me encantaría que nos contara qué le pareció. Pero aún sin haberlo visto, arriesgaría un pronóstico: Si Los Borgia tiene a Jeremy Irons y Camelot tiene a Eva Green, Game of Thrones tiene a Lena Headey (The Sarah Connor Chronicles), la incestuosa, desequilibrada e insegura reina Cersei Lannister como as de espadas.

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