CIENCIA Y PERIODISMO
Little bang
Por primera vez en mucho tiempo, una buena noticia (una noticia positiva) se ubicó en la tapa de los diarios del mundo y ocupó un lugar central en todos los otros medios.
Por Eliseo Verón
Por primera vez en mucho tiempo, una buena noticia (una noticia positiva) se ubicó en la tapa de los diarios del mundo y ocupó un lugar central en todos los otros medios, desmintiendo el clásico dicho periodístico según el cual las buenas noticias son malas noticias y las malas son las buenas. En nuestro país, esto ocurrió con el flotamiento a que nos tiene acostumbrados el periodismo argentino, porque la preparación del LHC, el Gran Colisionador de Hadrones, llevó diez años en un diario, 16 en otro y veinte en un tercero; el número de científicos involucrados en todo el mundo va de 2 mil a 10 mil según el diario que uno lea. El costo del proyecto oscila, de un diario a otro, entre 6 mil y 10 mil millones de dólares. Y, claro, la velocidad a la que las partículas chocan es más del 99,99% de la velocidad de la luz, y no el 0,99% como publicó un prestigioso diario nacional. Sólo faltaría que a alguno de estos medios se le ocurra sortear televisores de alta definición entre quienes acierten con la respuesta correcta. Estas desprolijidades tal vez se expliquen porque a nuestros medios informativos la ciencia les interesa poco o nada, y ante un acontecimiento al que la prensa mundial y las agencias internacionales de noticias le dedican un lugar central, están apenas preparados para comunicar algo así como: “bueno, le cuento: costó carísimo, trabajó muchísima gente y parece que es muy importante”. Están, eso sí, preparados para hablar de “la Máquina de Dios”, cosa que hizo la casi totalidad de los medios locales, aunque el diario Crítica denunció el 31 de marzo que la Argentina es el único país en el que se utiliza esa “distorsión” porque “no hay ninguna necesidad de apelar a lo religioso o a lo fantástico”. No he tenido tiempo de hacer un chequeo completo, pero el ABC de España también la usó en estos días.
Claro que no se trata de pretender que los medios dirigidos al público general expliquen, en los términos propios de lo que se suele llamar la física de partículas, en qué consiste el funcionamiento del dispositivo, qué resultados se obtendrán, cuál será su alcance y en qué medida podrán afectar las teorías sobre el origen del universo. Esta tarea sería una misión imposible, y además no tendría mayor interés. Como Hernán Casciari escribió desde Barcelona para el diario La Nación del 4 de abril, ésta es “la colisión imposible de entender”. Se puede, en cambio, transmitir una idea general de lo que está en juego, en términos de la evolución de la física contemporánea. Y contrariamente a lo que sugiere Casciari en su columna –que los que no entienden (entre los que me cuento) se dediquen a la literatura–, pienso que ésta no es la única alternativa posible, y menos aun para los periodistas. Porque la investigación de avanzada en las ciencias duras tiene dimensiones económicas, sociales y políticas que interesan a todos los ciudadanos y que son particularmente claras en este caso.
Una de las carencias que me parecen más graves en la práctica de la abrumadora mayoría del periodismo informativo en la Argentina, es su incapacidad para contextualizar una noticia como la del colisionador europeo, ubicándola, como corresponde, en relación con su historia y sus múltiples condiciones y consecuencias. Dimensiones económicas: los costos de un proyecto de este tipo fueron en su momento objeto de múltiples polémicas, sobre todo cuando el Congreso de los Estados Unidos bloqueó el nuevo colisionador que querían construir los norteamericanos. Explicar las condiciones en que se tomaron las decisiones de inversión en el caso del LHC no es más difícil que explicar las decisiones en costos de salud o en el pago de la deuda con reservas del Banco Central. No se explicó. Dimensiones sociales: las derivaciones de la investigación fundamental en física se traduce en aplicaciones tecnológicas que afectan y modifican la vida cotidiana. ¿No se podrían haber dado algunos ejemplos? No se dieron. Dimensiones políticas, a nivel internacional: por ejemplo, la fuerte competencia entre el LHC europeo y el acelerador del Laboratorio Nacional Fermi en Illinois, que es más pequeño pero lleva años de funcionamiento y está a la cabeza en acumulación de datos. El tema de las políticas públicas relativas a la ciencia, ¿no es hoy fundamental para cualquier país, aunque no se trate de construir un acelerador de partículas? No se habló.
Un lector de la versión electrónica del New York Times propuso, a propósito de las quejas sobre el costo de los aceleradores de partículas, que se lo compare con el costo de la guerra de Irak. Y otro lector señaló, con un sentido común comparable, que si no fuera por la investigación fundamental en física de los últimos decenios, los que protestan no podrían estar enviando sus mails. No estoy hablando del New York Times, sino de sus lectores. Y no tengo ninguna razón para pensar que el público lector argentino es más estúpido que el de los Estados Unidos.
*Profesor plenario de la Univ. de San Andrés
Little bang
Por primera vez en mucho tiempo, una buena noticia (una noticia positiva) se ubicó en la tapa de los diarios del mundo y ocupó un lugar central en todos los otros medios.
Por Eliseo Verón
Por primera vez en mucho tiempo, una buena noticia (una noticia positiva) se ubicó en la tapa de los diarios del mundo y ocupó un lugar central en todos los otros medios, desmintiendo el clásico dicho periodístico según el cual las buenas noticias son malas noticias y las malas son las buenas. En nuestro país, esto ocurrió con el flotamiento a que nos tiene acostumbrados el periodismo argentino, porque la preparación del LHC, el Gran Colisionador de Hadrones, llevó diez años en un diario, 16 en otro y veinte en un tercero; el número de científicos involucrados en todo el mundo va de 2 mil a 10 mil según el diario que uno lea. El costo del proyecto oscila, de un diario a otro, entre 6 mil y 10 mil millones de dólares. Y, claro, la velocidad a la que las partículas chocan es más del 99,99% de la velocidad de la luz, y no el 0,99% como publicó un prestigioso diario nacional. Sólo faltaría que a alguno de estos medios se le ocurra sortear televisores de alta definición entre quienes acierten con la respuesta correcta. Estas desprolijidades tal vez se expliquen porque a nuestros medios informativos la ciencia les interesa poco o nada, y ante un acontecimiento al que la prensa mundial y las agencias internacionales de noticias le dedican un lugar central, están apenas preparados para comunicar algo así como: “bueno, le cuento: costó carísimo, trabajó muchísima gente y parece que es muy importante”. Están, eso sí, preparados para hablar de “la Máquina de Dios”, cosa que hizo la casi totalidad de los medios locales, aunque el diario Crítica denunció el 31 de marzo que la Argentina es el único país en el que se utiliza esa “distorsión” porque “no hay ninguna necesidad de apelar a lo religioso o a lo fantástico”. No he tenido tiempo de hacer un chequeo completo, pero el ABC de España también la usó en estos días.
Claro que no se trata de pretender que los medios dirigidos al público general expliquen, en los términos propios de lo que se suele llamar la física de partículas, en qué consiste el funcionamiento del dispositivo, qué resultados se obtendrán, cuál será su alcance y en qué medida podrán afectar las teorías sobre el origen del universo. Esta tarea sería una misión imposible, y además no tendría mayor interés. Como Hernán Casciari escribió desde Barcelona para el diario La Nación del 4 de abril, ésta es “la colisión imposible de entender”. Se puede, en cambio, transmitir una idea general de lo que está en juego, en términos de la evolución de la física contemporánea. Y contrariamente a lo que sugiere Casciari en su columna –que los que no entienden (entre los que me cuento) se dediquen a la literatura–, pienso que ésta no es la única alternativa posible, y menos aun para los periodistas. Porque la investigación de avanzada en las ciencias duras tiene dimensiones económicas, sociales y políticas que interesan a todos los ciudadanos y que son particularmente claras en este caso.
Una de las carencias que me parecen más graves en la práctica de la abrumadora mayoría del periodismo informativo en la Argentina, es su incapacidad para contextualizar una noticia como la del colisionador europeo, ubicándola, como corresponde, en relación con su historia y sus múltiples condiciones y consecuencias. Dimensiones económicas: los costos de un proyecto de este tipo fueron en su momento objeto de múltiples polémicas, sobre todo cuando el Congreso de los Estados Unidos bloqueó el nuevo colisionador que querían construir los norteamericanos. Explicar las condiciones en que se tomaron las decisiones de inversión en el caso del LHC no es más difícil que explicar las decisiones en costos de salud o en el pago de la deuda con reservas del Banco Central. No se explicó. Dimensiones sociales: las derivaciones de la investigación fundamental en física se traduce en aplicaciones tecnológicas que afectan y modifican la vida cotidiana. ¿No se podrían haber dado algunos ejemplos? No se dieron. Dimensiones políticas, a nivel internacional: por ejemplo, la fuerte competencia entre el LHC europeo y el acelerador del Laboratorio Nacional Fermi en Illinois, que es más pequeño pero lleva años de funcionamiento y está a la cabeza en acumulación de datos. El tema de las políticas públicas relativas a la ciencia, ¿no es hoy fundamental para cualquier país, aunque no se trate de construir un acelerador de partículas? No se habló.
Un lector de la versión electrónica del New York Times propuso, a propósito de las quejas sobre el costo de los aceleradores de partículas, que se lo compare con el costo de la guerra de Irak. Y otro lector señaló, con un sentido común comparable, que si no fuera por la investigación fundamental en física de los últimos decenios, los que protestan no podrían estar enviando sus mails. No estoy hablando del New York Times, sino de sus lectores. Y no tengo ninguna razón para pensar que el público lector argentino es más estúpido que el de los Estados Unidos.
*Profesor plenario de la Univ. de San Andrés
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